jueves, 19 de febrero de 2015

"Qué asco de carnaval"

¿Qué sería del Carnaval sin Los Punkies? Su muerte, y la del Carnaval. Doña Cuaresma se extendería pringosamente como el aceite en el papel de estraza. Todo el mundo celebra la glorias de un carnaval callejero que se desenvuelve por entre las coordenadas de una estética cercana a la normalidad pequeño burguesa, que se permite, de vez en cuando, un coño, un follar, una buena mamada y otro par de cosas más. Pero una sociedad de espíritu liberal no puede vivir en libertad sin las extremidades de las exageraciones y extremos.
Los Punkies no son ni farsa  ni estrambote, son la cola de desviación en la que se funda toda cultura. Como “Historia de O” o “Las once mil vergas”. Que escriban y representen una literatura callejera no les quita mérito, más bien al contrario.

Sí, hace daño a los oídos suaves que nos han trasplantado. Sí, yo no hablo ni escribo así… ¿Y qué? Pero yo he leído esa literatura que otros sí publican y yo no.
No son expresiones “höflich”, presentables-en-el-salón… del XIX, ni en el del XXI.



Perlas que esta gente escribe son, por ejemplo, “soy anarquista onanista / antisistema por sistema” y “soy anti to y anti na”, textos que deberían hacernos pensar si el Carnaval no fuera para todos, para muchos todos, el folclore de una trasgresión calculada en la forma y en el tiempo o el ataque para cualquier estómago del “tsunami de flujo” o “La hija de la gran puta le da la vuelta a los condones / y hace pa las vecinas sus tartaletas de requesones”.

¿Alguien ha reparado, por ejemplo, en que “A mí como soy punki me tachan de marrano / porque al salir del baño no me lavo las manos. / Cuando llegamos a ciudades como a Cádiz capital / usamos to las esquinas a modo de orinal”?

La diversidad del carnaval es la diversidad real de la sociedad y pone, también, de manifiesto la cantidad de apariencia que bendice la desvergüenza de quienes se ríen de lo extraño porque ‘están en el lado bueno’.

©Pablo Martínez-Calleja






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