Los que
fueran La auténtica falange no se pueden estar calladitos y se agradece. Su
tipo, el ermitaño, yo creo que sigue los cánones del mamarracho gaditano de
carnaval. Especialmente sus barbas, pelos y amplias frentes… ¡Dónde habrán
encontrado, y no todos, esos pies desastrados de eremita!
“30
años llevo sin hablar”, “30 años retirado”, “30 años meditando”, los treinta
años que en la cultura gaditana deben de ser la eternidad de tiempo que otorgan
la autoridad de la experiencia y del saber: recuerden los treinta años que se
llevó El Selu en el Holiday o cortando papelillos ‘pa’la cabalgata’… Me lo
corroborada Javi Benítez, se habla con cincuenta con treinta a la espalda.
Usan un
lenguaje puramente coloquial sin las referencias cultas que insertan Los del
Perchero, porque cada chirigota tiene su propia marca de la casa. Llegan rápida
y eficazmente al público, con las consabidas concesiones a las expresiones
propias del carnaval callejero, golfo y bruto:
“Ha
pasado a mejor vida
el vaso
de tubo ya
en
bares y discotecas.
El
ancho vaso se impone más
pues se
da la coyuntura
de que
hay bocas acostumbradas a tanta holgura.”
Son
divertidos y no dan puntada sin hilo, ni dejan ningún tema de importante
actualidad. Disfrutan, y su pasarlo bien se extiende al público que está con
ellos. Son animales de calle, que anoche pidieron a la gente se acercara más,
una y otra vez, para respirar con su aliento. O le comprometieron al que les
cuenta con la joven que estaba al lado.
Improvisan
borderíos ((‘cuplés cortos, de medida española’) y ocurrencias (‘vengo del
retiro y voy a la jubilación’). Interactúan con el público en momentos de
alegría donde es más la sonrisa que la risa aborbotonada lo que fluye, hasta
que llegan los momentos cumbre. Alegría y muy buen sabor de boca, sería mi
resumen.
Se
escuchan, se asisten. Sus voces son estupendas, como su música. Su trabajo
actoral es memorable, por ejemplo durante sus sevillanas: “Antes reinaba mi
padre…” Una chirigota imprescindible entre las imprescindibles.
©Pablo
Martínez-Calleja
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