Escribo para entender, para explicarme las cosas a mí mismo, y publicarlo es simplemente compartirlo con quien quiera tomarlo en cuenta. ¿Por dónde empezar? Porque es difícil ser preciso con las palabras cuando el ambiente que las reciba está tan polarizado, tan encabronado, y rápidamente quien se pronuncie será tomado como amigo o como enemigo. Ese es el populismo; ese es el totalitarismo.
Empecemos por la hipérbole. Un concurso es un concurso, quien quiera tomar parte en él debe atenerse a las normas y a los plazos. Si bien esto es cierto, seríamos muy ingenuos si pensáramos que el COAC es simplemente un concurso y nada más. El traslado de fecha del COAC fue usado por la alcaldía para trasladar también el Carnaval, con una serie de argumentos que decayeron rápidamente. Así mismo, los participantes del COAC buscan la notoriedad que el concurso les pueda ofrecer. El COAC es solo una parte del Carnaval, por más que insistan los postulantes del éxito en que el COAC es el Carnaval.
La libertad se pelea, si de lo que se trata es de la libertad, y en febrero hubo Carnaval, aunque no hubiera COAC. Quien se queje de que la libertad estaba en febrero podría haber ido a febrero a buscarla o a disfrutarla, que nada ni nadie lo impidió, excepto la propia valentía o la ocasión. El barbecho, del que tanto se habló, y el traslado del COAC, que insistentemente se argumentó por lo bajini que tenía que ver con que precisamente las agrupaciones típicas del COAC no habrían tenido tiempo para prepararse, no ha amilanado a Martínez Ares para sentirse “robado”. Esta parece una premisa necesaria para poner en contexto las hipérboles que le han seguido al COAC de mayo y junio.
Todo está encabronao y saturao de encabronamiento. El libreto de Martínez Ares vuelve a ser un homenaje al significado imposible de las cosas. Hay coplas del Falla, algunas coplas del Falla, que andan moribundas y buscando enterrador. Habíamos quedado en que Carnaval es sátira, fusta sibilina e inesperada, doble sentido, y no un hiperrealismo histriónico y gritón, látigo de siete colas y con puntas de acero. Demasiada brocha gorda, demasiado hiperrealismo, demasiada falta de pericia pragmática que deje paso de la bronca a la finura aguda de la sátira. Demasiado hedonismo onanista atribuyéndose a su febrero la única posibilidad de ser libres, en lugar de salir a buscar la libertad, lo que por miles hicieron en Cadi tantos gaditanøs contra la autoridad. No es la primera vez que el histrionismo hiperbólico de Martínez Ares llama mi atención. Quien quiera leer la crítica recién señalada creerá estar viviendo lo mismo de nuevo, como si no se cumplieran febreros y siempre dijera lo mismo nuestro Martínez Ares.
La literaturización del Carnaval en la Edad Media no fue una conversión del Carnaval a la literatura realista o hiperrealista, sino el uso de instrumentos literarios a mayor gloria de una juerga cargada de sátira: una aguja que no da puntada sin hilo; mucho menos un cañón. Un concurso, por sí mismo, es lo contrario de Carnaval. Escuchar que COAC sea igual a Carnaval, en el bien entendido que Carnaval sería contra poder, da rubor y un poco de vergüenza ajena. Si me lo permiten, Carnaval es contra cultura y concurso es conformidad, al menos conformidad respecto a las normas, y las normas son el ideal del orden y la belleza canónicos. ¿Les gusta eso? Sin problemas, pero llamemos a cada cosa por su nombre.
Llamar al alcalde “tirano”, en el contexto ya enmarcado antes, es uno de tantos ejemplos de brocha gorda propia de la taberna cotidiana, ajeno a la finura de la que presume, ¿y tiene?, el COAC. Es salir a las tablas del Falla hiperbólico y desatao, cosa que afecta, por desgracia, a casi todas las comparsas, a unas más que a otras. En Cadi hay suficientes poetas capaces de lo fino y lo agudo, de la fusta y no del látigo de siete colas. Claro que el bastinazo tiene su papel, su papelón, porque lo grotesco es tan Carnaval como lo pintoresco: la cuestión es la medida de las cosas; el cómo y el para qué del artefacto teatral. Por esto es importante hablar también del contenido, por el asunto de la coherencia significativa intrínseca de las letras que se cantan, y no porque se diga del alcalde esto o aquello, algo fundamental si se quiere hacer una crítica, que no es otra cosa que un análisis, aunque mucha gente piense que solo es para hablar mal: muchas veces las críticas hablan muy bien de lo criticado.
La comparsa ha pasado de cantar, con melifluidad, a la mujer gaditana… ¿a qué? El asunto no es tan sencillo y yo prefiero la chirigota por un millón de motivos, estéticos, teatrales, carnavalescos. Martínez Ares sigue cantándole a Cadi mi niña.
Pero hablemos de eso que se llama coherencia significativa. ¿Qué tiene que ver la prevención con el traslado de fechas del Carnaval? Nada. ¿Qué tienen que ver los palos que daban los grises a los carnavaleros con poner el COAC en mayo? Nada. Pero las primeras cuartetas de la presentación de Los sumisos unen prevención, palos, guardias, dictadura y al actual alcalde en un ejercicio imposible al que Martínez Ares nos tiene acostumbrados. Es legendaria, ya, la ininteligibilidad de las letras de Martínez Ares, algo de lo que todo el mundo se quejaba siempre excepto esta vez, por lo que parece, aunque tampoco mucha gente haya entendido, en verdad, lo que esa comparsa canta. La incoherencia sobre la que llamo la atención habría que denominarla, más bien, manipulación o propaganda, en atención a que todo el texto es profundamente y sin ningún género de dudas un texto político.
Vuelve, luego, Martínez Ares, al monte que es la comparsa con Cadi, niña bonita, y se atribuye en primera persona ser el bufón, quien pronuncia la verdad. Una antigualla, en realidad, que en ningún Carnaval existe, sino que el bufón es el Carnaval mismo. El bufón era un salto simbólico que daba el Carnaval a la vida cotidiana, un acto de inteligencia que se permitían algunos poderosos de tiempos de los que se habla sin saber mucho de ellos. Y se cierra la conversación con las “coplas prohibidas”, “la policía” y “la cárcel”. Una sobreactuación, una exageración de gigantomanía letrera que es un engaño artero en un Carnaval que es juego difuso entre realidad y ficción.
Propio de esta comparsa, da una de cal y otra de arena, aunque sin ton ni son, y dedica un pasodoble sin pies ni cabeza a la policía local, lleno de lugares comunes como la expresión de la paguita, expresión propia de una ultraderecha que luego el mismo letrista se atribuye criticar negativamente, y generalizando de una forma más bien populista, como toda generalización suele serlo.
Se acude a la polarización, la brocha gorda de lo blanco o lo negro, y a una idealización exagerada entre la Teo y el Kichi. Y para quedar por encima del agua, como el aceite, se declara acólito de Salvochea, algo incomprobable. El sur sumiso cae por su propio peso, porque termina diciendo que es de hierro, una contradicción como todas las demás; también el mismo victimismo de Un perro andaluz.
Y cuando parecía que ya todo estaba dicho, llega el momento en que la enloquecida mezcla de todo se vuelve insoportable: El pasado sumiso, y una vez más la misma retahíla victimista, repetida una vez más.
Cantarle a todo al mismo tiempo debe de ser, sin duda, agotador. Lo asombroso es que haya un público que con la simple escucha ya pueda comprender todo lo dicho; más aún que tome partido y que una cierta prensa agite solo uno de los espantajos usados en el artefacto teatral. En mi opinión, el artefacto funciona así: se nombran determinadas cosas más bien claras, expresiones llave, y desarrolla un argumento enloquecedor, por incomprensible. El público favorable acepta el par de cosas claramente expresadas, aunque sean contradictorias, algo que en teoría política se denomina populismo. También acepta el público desencantado, el público que se siente víctima, el público que está harto de no ser escuchado. Es el discurso que siempre ofrece algo para cada quien a través de las expresiones llave, y nadie atiende al argumento. Un mecanismo más es la simplificación de la realidad compleja.
En Carnaval, no se olvide, amo a escushá, y cuando no guste lo que se escuche, media vuelta y a otra esquina. Y esquinas para todøs.
©PabloMartinez-Calleja, 2022