martes, 8 de marzo de 2022

Crónicas clandestinas de Basel 8



Tantas emociones entre las callejas de esta ciudad cantón. ¿Por dónde empezar? No sé si la gente raja o no raja, pero aquí al menos no se escucha tan claramente lo que la gente raja. Un café cuesta cinco francos, el doble que en Lüneburg. Eso sí, unos jóvenes se pusieron en la Plaza del Ayuntamiento con un puesto a las cuatro de la madrugada con un puesto donde solo vendían café negro con licor a elegir; ¿precio? “Lo que tú quieras darme”. Habían escrito que 1 euro, en todo caso, iría a Ucrania. Bueno, ¿cuánto dinero debía dar? No hay dilema que valga, el mismo que hubiera dado en cualquier otra parte, ¿o tiene menos valor ese café solo porque no te exigen un precio prefijado?

 

Caminar a las tres de la madrugada en dirección al Ayuntamiento era una ficción, después de dos años de calles vacías por la prohibición y la pandemia. Las calles se iban llenando, la plaza estaba más llena que a la misma hora en los años anteriores a la pandemia. Cómo raro era ver a un grupo de jóvenes sobre la marquesina del Tram: más que un poquito irresponsables. Por lo demás, los brutos eran los que hablaban alemán pero no a la suiza: solo me encontré a dos de esos que se iban abriendo paso por la calle, porque ellos lo valen… Aquí, en medio de este caos y mogollonazo, con decenas de miles de personas, el suizo, o la suiza, se disculpan si se chocan contigo: esta es mi experiencia. El ir en bulla y sin respeto no lo conozco en los suizos en Fasnacht.

 

A las 4 en punto sonaron las campanas, se apagó la luz y se encendió el Fasnacht, el Carnaval. Sonaron los tambores, seguramente, napoleónicos y los piccolos. Tras el Morgenstreich, el grito contra la oscuridad de esta ciudad, no había Cortège, prohibido, pero que de facto se realizó en parte. Las calles completamente a oscuras mientras las Cliques y Zunftes iban y venían abriendo paso a sus embajadas: alegría, asimetría como forma de entender al otro y lo otro, diversidad, sátiras y cagarse en Putin.

 

Aquí se llevan mascarillas solo en los transportes públicos, en ningún otro lugar se llevan: en ninguno. Será lo que tenga que ser. Para los que estamos vacunados la aprensión es menor; para todos, la gravedad del ómicron también es menor.

 

No pude tomarme mi sopa de harina: alguien me quitó el sitio para comerla mientras la pedía, literalmente. Una invasión y una desvergüenza. Puede pasar, incluso en Carnaval, aunque algo menos habitual de lo que los menos conocedores afirmarían. Pero me comí mi Käsewähe, que estaba caliente y buenísima, y me tomé un café. ¡Qué frío!


Por la noche escuché los primeros romanceros en una de las catedrales rupestres-carnavaleras de Basilea.

 

©PabloMtnezCalleja, 2022

La foto viene luego.

 

 

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