Me
encanta ir al teatro acompañado o solo, pero no renunciaría nunca a la
posibilidad de ir solo y disfrutar de lo que, para mí, es ir al teatro. Y esto
vale para ir por las calles de Cádiz cuando es Carnaval.
Era sábado,
mi día preferido es el viernes, pero era sábado. Hubo problemas de información
sobre dónde recoger la entrada, pero en seguida quedó resuelto. Me senté en el
patio de la Tía Norica, junto al pasillo y una pareja. Hubo conversación y fue
fascinante. Verdaderos aficionados y conocedores. Le dimos todo lo que pudimos
a la hebra.
Mi
Carnaval de Cadi tiene ya varios rituales: ensayo general con la Chirigota del
Cossi, sábado del Tascón con el Ukelele, David y Andrés, y Silvia. Final de
romanceros en la Tía Norica. Pensar que debo comprarme unas botas de pescar en
río.
Ir al
teatro está lleno de contexto significativo y puede ser que algo que ocurra
sobre las tablas del escenario cierre un círculo maravilloso de comprensión de
la noche y de las Cosas del Mundo. Así fue, también, esa noche de la Tía
Norica, y sobre todo con “Las reinas de las fiestas”, romancero sin igual.
Al
salir del teatro, las calles me devolvieron a una Edad Media no superada; a los
sones del octosílabo era más fácil pensar en la hierbabuena que tan bien me
hubiera ido mientras caminaba por sobre los ríos de orina. Unos ríos amarillos,
rotundamente olorosos y que bañan las riberas de las calzadas de Cadi, no desde
el nuevo alcalde ni desde el antiguo, sino desde la alcaldesa y esa su gente
que tanto penan por la perdida tradición de unas bellas floreras para una
fiesta que lo que necesita, varios de sus días, son botas trucheras y
hierbabuena en la nariz, como si estuviéramos en el barrio de los curtidores de
Fez pero sin ninguna fascinante fantasía.
A “Las
ibéricas” las vi el año pasado en la calle, ante una casa puerta entre látigo y
fusta y me sorprendieron nuevamente. Verlas en un escenario no significó
diferencia. Estas dos mujeres hacen lo suyo bien donde les toque hacerlo. A mí
me encantaron, después de que ya me hubiesen gustado mucho varias otras cosas
aquella noche. Son un romancero en todo su sentido, en mi opinión, aunque
pudiera equivocar el que ellas incorporen movimiento y tanta desvergüenza como
todas las calles juntas de Cadi. Son, en Romancero, lo que ya pensé una vez de
la Chirigota Rockera: la imprescindible poca vergüenza de un Carnaval que para
serlo o es golfo, verdaderamente golfo en sus extremos, o se ha domesticado
demasiado y dejemos las Fiestas…, esas que ellas venían a contarnos.
Empiezan
asociando a un político del PP con el NODO, en una clara asociación, para
criticarla, de un sistema de información y política anclados, todavía, en el
régimen del caudillo Franco. O si no anclado al menos viciado por aquellos
modos. No pasa desapercibida la crítica al patriotismo de determinadas
personalidades de la vida española, que se llenan la boca de España y tienen su
residencia en Suiza, por ejemplo.
Eso que
en Cadi se llama el doble sentido no las abandona como si fuera su ninfa, digo
su musa, y del modo más elegante y limpio tematizan sobre uno de los tantos
escándalos que descosen la realidad de España:
“Esto
es solo el principio,
las
falleras van detrás;
menos
mal que Barberá
no lo
verá, no lo verá.”
La
crítica al régimen del general Franco (una de las romanceras se presenta como
su nietísima, en clara burla hacia generalísimo):
“Él
siempre me lo decía,
que
eran unos chalaos,
que no
les hiciera caso,
que
tienen un tiro dao.”
Un
verso, este último, ante el que el público necesita un momento para reaccionar,
ante una referencia clara a los asesinatos extrajudiciales que, por docenas de
miles, centenares, se produjeron durante la dictadura, y que son de rabiosa
actualidad en la opinión pública y publicada actualmente.
Debo
añadir que la genial coincidencia de que se eliminaran las ninfas del Carnaval
y se
celebrara el 80 aniversario de la prohibición de los Carnavales gaditanos
ha sido excelentemente aprovechada por estas dos romanceras de verbo suelto y
látigo inteligente del humor callejero.
En su espiral de humor y
ganas de reírse de todo, recuerdan a la Chirigota de los Sanmolontropos y su
tanguillo soriano como los tanguillos por Cuenca y bailados a la manera de
una jota. Seguramente es una referencia al vaciamiento de contenido y forma que
el franquismo impuso contra el Carnaval, por deseo de la Iglesia de Roma, no
solo con su traslado de fecha (a mayo) o con su nueva denominación (Fiestas
Típicas Gaditanas). La censura fue contundente.
Estas
dos romanceras no dejan pasar ni una sola oportunidad para emplear su látigo,
cuando no la fusta, y fustigar le presencia, todavía hoy, de los flecos de una
dictadura franquista no superada:
“Ole,
ole, mi Cadi,
y lo
digo a manos limpias
(la
expresión estándar podría ser a manos llenas, y es la que se espera,
naturalmente),
y el
que no diga ole
que
tire la primera piedra.”
Seguramente
en estos dos últimos versos se ha querido emular el grito del Falla,
archiconocido, de la famosa María la yerbabuena, ya fallecida, conectándolo a
esa (cita bíblica) cultureta catolicona, pero insustancial, de aquellas damas
‘tan españolas’, que son a quienes ellas representan con su romancero. Esas
damas que, además, gozan celebrándose a sí mismas, convencidas de sus artes y
su superioridad.
En la
mejor de las ironías dedicadas a la autoridad, y con el doble sentido de una
admiración hacia el actual alcalde, José María González, al que también le
dicen ‘carahote’, le hacen una poesía ripiosa tan propia del puritanismo que
vienen criticando:
“Pichi[1]
de mis entretelas,
piconero
de la mañana,
¿qué
daño te ha hecho a ti
la
mujer gaditana?”
En su
deseo de reconstruir ‘el verdadero y justo orden social’, se hablan por teléfono
para buscar estrategias y:
“Las de
ahora son un mojón,
vendrán
ninfas de calibre;
podemos llamar a la infanta,
ahora que está más libre.”
Estos
dos últimos versos en clara relación con el proceso contra la hermana del rey
Felipe VI y su marido, Urdangarín.
“Chiquilla,
qué adrenalina,
¿dónde
dan aquí
los
cursillos de autoestima?
Una vez
más aparece la burla contra la cultura de un régimen, el nacional católico, que
utilizaba constantemente la metáfora para evitar hablar de sexo, por ejemplo, o
nombrar las partes moralmente (para ellos) reprobables, algo que llevaban al
delirio en ejemplos como nombrar al culo polisón.
Magnífica
factura, la de este romancero, que fue recibido por el público con enorme
entusiasmo. Prontuario de costumbres de la España franquista, casi un ensayo en
Ciencias de la Cultura, de los que desatan la risa y alimentan la inteligencia.
©Pablo
Martínez-Calleja, 2017
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