jueves, 15 de febrero de 2018

Crónicas clandestinas. Das Wilde Heer (Los Hombres salvajes)

Llegué ayer a Cadi y se abría un paréntesis que se ha cerrado en la casapuerta de La Clandestina hace un momento. Un remolino. Estas calles de Cadi Cadi son un remolino que te traga y hace de ti lo que ellas quieran, te llevan, te traen y te trajinan, sin ninguna mardá ni miramiento, y cuando quieres darte cuenta están rompiendo las primeras luces del alba entre coplas y copas.

Después de cenar un buen lomo de bacalao de alguna bahía, bueno y fresco, encontré la silla prometida en el Café de Levante. Apareció una chirigota gamberra, divertida, de esas que todavía conocen el arte de la risa, de la muy poquísima vergüenza y de un verbo que es carne, de carne, una carne Tótem-gordo-Carne-val. Unas guerreras “Hombres salvajes”, o del bosque, para que la ironía de la lengua les dé más ocasiones.



La fuerza centrípeta me arrastró hacia el Pópulo y al delirio de la que fueron Las Presas Ibéricas, acodadas a la barra de un bar, que nos devolvió a lo oscuro, lo canalla y la desvergüenza desatada con mucho arte. La fuerza centrífuga me elevó al pretil del Puente Carranza, con un punto de humor negro que encontré absolutamente genial. Me caí del murete y la corriente me llevó por entre sargazos irrelevantes hasta que me vi hasta dos Jueces Lores, cuando de pie ya solo me sostenía el pellizco de humor de la Penúltima Instancia.

©Pablo Martínez-Calleja, 2018

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