Precisamente
junto a la Plaza de la Cruz de la Verdad, esa que llamamos del Mentidero, ¿será
que habría un lavaero? ¿Y que el hablar de las mujeres era un mentar? No lo sé.
Hay una
calle, estrecha; a un lado volcaba el Titanic y enfrente apeaba el cornudo,
subídose a un pescante, de abundante cornamenta, venido de las sombras de un
Carnaval antiguo que Cadi pescó del mar. Kate coqueteaba bajo su sombrilla,
luego partía, que los naufragios no son pa’ la elegancia, y al final fue la que
se llevó a Leonardo a una puerta de caoba… Se entregaron, pero no a Eutimio, aunque
pa’ diablo suene mejor que Fausto.
El
remolino del barco, que liaso con el hielón, nos entregó a los guardias, que el
año pasado mariscaban en gallego y este año eran agentes señeros, con su porra
y su identificación ("¡caaaaaaabrón!"). Dos guardias muy atentos que supieron
seguir la pista del reguerillo que, de la bolsa de basura, fue cayendo al portal
de La Factoría, que la gente vive en unos sitios… Había reunión de vecinos “por
[un] predictor cogío / con pinzas en el tendedero”, y su señora sospechó. Después
de la reunión se pusieron a cantar, “… una grande y libre…” a la puerta de la
Santa Cueva, unas Roja[s].
Salimos
de viaje hasta Capuchinos, y los que allí cantaban esta mañana le han llevado
flores a una señora. No eran tuna…
Mas me
quedé sin mis canallas, los del asko de Carnavá, que la gente andaba agitada: sería
por el barco hundido, sería por la bandera alzada.
©Pablo
Martínez-Calleja, 2018
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