jueves, 6 de abril de 2017

Floreros con encajes y puntillas



Premisa. La mantilla española, ‘ornato por excelencia de la mujer española‘, ha merecido la atención no solo de la asociación de „La mantilla gaditana“, sino de dos chirigotas callejeras e ilegales. Dos chirigotas de mujeres, una de las cuales ya documenté detenidamente („Las aMantis religiosas que luego fueron „Tú miva llamá paná“). La otra, Las mantillas laikas (Miércoles de ceniza en Pompeya).

La mantilla española se ha utilizado, en la historia cultural y política de España, con relativa fruición, pero casi siempre con el tufo de alcanfor con el que se conserva la famosa prenda femenina de vestir.

Según los cronistas de la historia de la moda, la matilla española ha sido, parece que junto a los guantes, la prenda de vestir de la época romántica que ganó plaza en Paris, y hasta hoy, junto a los tocados y sombreros que llenaban tiendas y paseos. Su historia, parece que situada en el mundo árabe (según Belén Fernández de Alarcón).

En la mantilla se unen la españolidad, por encima de todo, y un orgullo de mujer española, a la vez que el mandato moral, católico y exigido todavía por la iglesia de Roma, a las mujeres; no a los hombres. Los hombres deben descubrirse según el protocolo vaticano y católico; las mujeres deben cubrirse, taparse, esconderse.


Hubo una “rebelión de las mantillas”, fue durante los días 20, 21 y 22 de marzo de 1871, liderada por la princesa Sofía Troubetzkoy contra Amadeo de Saboya. Las mujeres ‘nobles’ de Madrid se conjuraron para ridiculizar a su esposa, María Victoria del Pozzo (que gustaba de vestir sombrero). Era una revuelta deseada por la aristocracia y la alta nobleza acólita de los Borbones, que ya vivían en el exilio francés, parte de cuyos gastos pagaba amablemente el esposo de la princesa Troubetzkoy, el duque de Sestao y Alburquerque, seis veces grande de España, propietario del palacio de los Alcañices y conocido como Pepe Alcañices: Pepe Osorio. En una fiesta, en la esquina Paseo del Prado con calle de Alcalá, la princesa rusa convocó a la aristocracia más selecta a una “exaltación de la mantilla española” contra la italiana esposa de Amadeo. Parece que los borbones, para quien se buscaba el beneficio de la rebelión, eran muy españoles ya, al menos desde la Guerra de Sucesión que entronizó a Felipe V, desde París.

A Isabel II le gustaba mucho la mantilla, según las malas lenguas tanto como a Paz Vega, por lo menos. Los apodos que a esa reina le regalaban son fruto del machismo, como la mantilla misma parece un fruto del machismo también. Para venir a caer en las brasas y que la asociación cultural La mantilla gaditana, según nos cuenta María, esté presidida por un hombre, varón. ¿Será para que la tutela no decaiga?

La mantilla fue elemento de etiqueta en el vestir no solo con Isabel II, y con Paz Vega (en ocasiones), también al régimen nacional católico del general Franco le gustaba imponerla, como hasta hoy mismo El Vaticano, donde incluso la protestante Dra. Merkel ha de obedecer, parece. Con Ratzinger siguió sumisa a un protocolo que no es obligatorio. Llama la atención que Ana Botella ‘se quitara’ la mantilla y que Teresa Fernández de la Vega se la pusiera, aunque el selectivo google no nos lo deje ver exactamente.

¿Qué hay detrás de los actos de exaltación de la mantilla? No se sabe. Lo que sí podemos ver es que mantilla y mujer son un binomio masculino, o masculinizado. Sea por el imperativo moral de que la mujer se cubra, aunque sólo sea simbólicamente; sean las fantasías sensuales o sexuales, de las que la pintura o la fotografía están llenas. Lo que sin embargo llama poderosamente la atención es algo para mí incomprensible: la actitud moralizadora asociada al uso de la mantilla, y que muchas mujeres vistan mantilla a la vez que, según sus propias reglas morales del vestir, vistan de un modo ‘impropio’.



I/2 Carnaval de Cádiz 2017. Las mantillas exaltadas proponen un repertorio realmente inteligente y divertido, además de gamberro y desvergonzado: Carnaval de gran calidad, en mi opinión. Sin apelar a la corrección política, despliegan un uso muy especial de lenguaje de género. No reivindican tanto; crean realidad, más.

Comienzan con una exaltación de su estética y su moral, que a lo largo del repertorio se irá deshaciendo, por fuerza de la realidad. Sí, creo que en su poética presentan a una mujer fuertemente adoctrinada, cuya doctrina se va deshaciendo a medida que va siendo consciente de sus necesidades y apetencias. Su humanidad se anuncia discretamente:

“Qué bien nos lo vamos a pasar,
la virgen hoy está sembrá.
Escucho un ruido de tambor y voy sintiendo
un cosquilleo, y un gustito que me da.
Detrás va el paso y yo llevo, mu pa dentro,
la mantilla muy bien clavá,
y ese rosario pa rezar.”


Inmediatamente nos anuncian las verdades de esa moralina:

“La mantilla no se puede de perder,
es el signo de la esposa siempre fiel:
la mantilla, esa es mi identidad y la castidad.”

El trabajo actoral, la gestualidad imprescindible que acompaña a tantos clichés y prejuicios, para imitar a esas personas que muchos conocemos, y que cuando hacen esos discursos admonitorios contra los demás ponen todo su cuerpo en su forma de hablar. Un lenguaje no verbal característico que busca la complicidad de quien escucha.

Magistral, por ejemplo, un “me voy a callar” pronunciado con los labios vueltos, de Irene, ya hacia adentro.


La doble moral hace su aparición. Muchas personas de moral estricta, o aparentemente estricta, no se dan cuenta de que la negación de la realidad conduce a la doble moral. Y que las personas de doble moral suelen ser muy exigentes con respecto a los otros, y con respecto a sí mismas son capaces de disculparse los deslices: cosas que pasan porque pasan…, por supuesto, entornando la voz, buscando la confianza de quien escucha. ‘Pecaditos infantiles de mujer…’:

“Los sabaditos por la noche voy al centro
con mis amigas, hasta un bar a tapear,
y entre algún golpe de pecho va cayendo
una cerveza por acá, un cubata pa acompañar.”


En sus cuplés ponen al alcalde de la ciudad en su centro, igual que fue el centro en una polémica sobre la semana santa, y al que se hace responsable de todo lo negativo que pueda acontecer en la ciudad, aunque no tenga relación con él o con sus políticas concretas:

“La culpa la tiene el Kichi, de cómo lo vi a pasar.
Mira mi tipo este año,
Qué colorido que está, mortal.
Voy marcando con esta varilla, te transmito mi
solemnidad,
Pero tú siempre muerta de risa,
Yo aquí noto poca seriedad.
No me gusta ni un pelo cómo te lo pasas en el Carnaval,
lo tuyo ya no tiene remedio
y condenada ya estás.
Pero yo, si es por ti, y te vienes conmigo,
me pongo a rezar.”

Estos dos últimos versos bien parecen una proposición amorosa, lesbiana, en toda regla. A la que se suma un estribillo muy bien traído con el tema, a la vez que muy divertido:

“Soy devota de maría,
pero la que tú te lías.”

A diferencia de otras agrupaciones, este cuplé dedicado a la presidenta de Andalucía se centra solo en sus cualidades personales:

“(…)
El campeonato era en España
y alucina lo que me pasó.
Adelanto a tol mundo, al llegar a la cima, ya muerta del tó,
me encuentro a Susana Díaz
justo en lo arto del tó.
Esto nos deja claro quién es la mayor trepa de esta nación.”

No podía faltar, pero en este caso aún más, la queja y protesta ante el malestar sexual:

“(…)
De todas las dietas que yo he probao ya sé cuál me va:
la dieta del cucurucho,
esa es la más eficaz.
Dejo a Paco acostao, solo salgo a la calle para adelgazar.”


Un nuevo estribillo hace las delicias de un público ya ganado para su humor:

“Yo es que muero por un paso,
pero antes ponme un vaso.”


Del desamor es también el Kichi responsable:

“La culpa la tiene el Kichi, si mi novio a mí me ha dejao.
Llevo triste dos semanas,
Llorando por tos laos, pringao.
Mis amigas son adorables,
me dijeron tienes que olvidar,
Y nos fuimos a la calle
pa tomar una copita, na más.
me tomo un chupito, luego tres cubatas y dos whiskys detrás,
y cuando me doy la vuelta
veo a mi Paco llegar.
Yo bebí pa olvidar y ahora veo a tres Pacos con to la tajá.”


Es esta, también, una agrupación que se relaciona muy bien con el público, y siempre en la clave de su tipo, sin salirse del papel, ni del tono de su tipo. No solo el repertorio me parece muy cuidado e inteligente en el uso de la lengua, y del habla gaditana. Su tipo, como el año pasado y el anterior, resulta exquisito, burlón, satírico. También su música.


Vamos a sumarle a esto el conocimiento de las tradiciones que critican, en este caso “las siete visitas del día de jueves santo”:

“La culpa la tiene el Kichi, mira qué gran ilusión,
el jueves santo ha llegao,
lo vivo con devoción, pasión.
Desde muy temprano estoy lista,
Los oficios yo debo atender,
yo visito toda las iglesias,
porque así es como debe de ser
(nótese que en la lengua correcta sería “debe ser”, porque “debe de ser” no implica obligación sino posibilidad, un uso de la lengua muy extendido, sin embargo.)
que aquí me santiguo, que aquí un besamanos, que aquí un besapiés.
Y si yo fuera la virgen,
a mí ni la mano ni el pie
porque no soy de extremos, el término medio pa mí está fetén.”


Y a este remate magistral le sigue un nuevo estribillo muy bien escenificado:

“A mí me entra una fe…
siega!!”

Y un nuevo cuplé referido a la “humedá” en la que su descaro les anima a pedir la colaboración del público asistente:

“La culpa la tiene el Kichi, tengo humedá vaginal
y ni el viento de levante
me la consigue secá: ¡soplá!
Yo siento en mi cuerpo humedades,
yo las noto por condensación,
y algunas noches descontroladas
también las siento por filtración.
Pero tengo un remedio que esto no me afecta: ¡humedades a mí!
Porque lo estoy disfrutando,
y me deja buen olor,
en vez bolas chinas yo me meto ahora bolas de alcanfor.”

Este cuplé último es, como todo el reportorio, un juego permanente, con las palabras y con la doble moral y el puritanismo. Empezamos por la humedad vaginal, en su sentido propio, que unido al viento de “levante” puede cambiar, porque ese “viento de levante” no la consigue “secar”. A tener en cuenta que ‘humedá’ es una metáfora de frío en Cadi.
Después viene un juego alocado de palabras en relación con la humedad, no otra cosa que las ‘poluciones nocturnas’ en las ‘noches descontroladas”. Para terminar con el puritanismo recatado que necesita una ‘función real’ y práctica cuando practica la masturbación, para disimularla: el buen olor de las bolas de alcanfor.

En su última conversación con el público hablan de las componentes de su chirigota, de que son cinco, aunque solo se vean tres; que han desertado, que el Carnaval se les ha ido de las manos. Lo remata Maricarmen, con ese permanente estar en el papel: “to los días haciendo la calle...” (en una clara alusión a la prostitución).


Por último llega su canción, a modo de popurrí, en la que las de la mantilla abrazan la realidad del deseo:

“(…)
Y yo me estoy poniendo nerviosa,
Y pienso cosas que son muy raras,
Pero no puedo, no puedo, no puedo
Dejar de pensarlas.

Y yo rezando por mi decencia,
Pero estoy harta de telarañas.
Verás que toda mi penitencia se queda en nada.

El día que yo me quite el sayo
Ya no me paro a pensar en nada,
Me quito primero la mantilla y después
las bragas.

(…).”



©Pablo Martínez-Calleja, 2017




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