Premisa. La mantilla española, ‘ornato por
excelencia de la mujer española‘, ha merecido la atención no solo de la
asociación de „La mantilla gaditana“, sino de dos chirigotas callejeras e
ilegales. Dos chirigotas de mujeres, una de las cuales ya documenté
detenidamente („Las aMantis religiosas que luego fueron „Tú miva llamá paná“).
La otra, Las mantillas laikas (Miércoles de ceniza en Pompeya).
La
mantilla española se ha utilizado, en la historia cultural y política de España, con relativa fruición, pero casi siempre con el tufo de alcanfor con el que se
conserva la famosa prenda femenina de vestir.
Según
los cronistas de la historia de la moda, la matilla española ha sido, parece
que junto a los guantes, la prenda de vestir de la época romántica que ganó
plaza en Paris, y
hasta hoy, junto a los tocados y sombreros que llenaban tiendas y paseos.
Su historia, parece que situada en el mundo árabe (según Belén Fernández de
Alarcón).
En la
mantilla se unen la españolidad, por encima de todo, y un orgullo de mujer
española, a la vez que el mandato moral, católico y exigido todavía por la
iglesia de Roma, a las mujeres; no a los hombres. Los hombres deben descubrirse
según el protocolo vaticano y católico; las mujeres deben cubrirse, taparse,
esconderse.
Hubo
una “rebelión de las mantillas”, fue durante los días 20, 21 y 22 de marzo de
1871, liderada por la princesa Sofía Troubetzkoy contra Amadeo de Saboya. Las
mujeres ‘nobles’ de Madrid se conjuraron para ridiculizar a su esposa, María
Victoria del Pozzo (que gustaba de vestir sombrero). Era una revuelta deseada
por la aristocracia y la alta nobleza acólita de los Borbones, que ya vivían en
el exilio francés, parte de cuyos gastos pagaba amablemente el esposo de la
princesa Troubetzkoy, el duque de Sestao y Alburquerque, seis veces grande de
España, propietario del palacio de los Alcañices y conocido como Pepe
Alcañices: Pepe Osorio. En una fiesta, en la esquina Paseo del Prado con calle
de Alcalá, la princesa rusa convocó a la aristocracia más selecta a una
“exaltación de la mantilla española” contra la italiana esposa de Amadeo. Parece
que los borbones, para quien se buscaba el beneficio de la rebelión, eran muy
españoles ya, al menos desde la Guerra de Sucesión que entronizó a Felipe V,
desde París.
A
Isabel II le gustaba mucho la mantilla, según las malas lenguas tanto como a Paz Vega, por lo menos. Los apodos que a
esa reina le regalaban son fruto del machismo, como la mantilla misma parece un
fruto del machismo también. Para venir a caer en las brasas y que la asociación
cultural La mantilla gaditana, según nos cuenta María, esté presidida por un
hombre, varón. ¿Será para que la tutela no decaiga?
La
mantilla fue elemento de etiqueta en el vestir no solo con Isabel II, y con Paz
Vega (en ocasiones), también al régimen nacional católico del general Franco le
gustaba imponerla, como hasta hoy mismo El Vaticano, donde incluso la protestante Dra. Merkel ha de
obedecer, parece.
Con Ratzinger siguió sumisa a un
protocolo que no es obligatorio. Llama la atención que Ana Botella ‘se quitara’ la mantilla y que Teresa Fernández de la Vega se
la pusiera,
aunque el selectivo google no nos lo deje ver exactamente.
¿Qué
hay detrás de los actos de exaltación de la mantilla? No se sabe. Lo que sí
podemos ver es que mantilla y mujer son un binomio masculino, o masculinizado. Sea por el imperativo moral de
que la mujer se cubra, aunque sólo sea simbólicamente; sean las fantasías
sensuales o sexuales, de las que la pintura o la fotografía están llenas. Lo que sin
embargo llama poderosamente la atención es algo para mí incomprensible: la actitud moralizadora asociada al uso de la mantilla, y que muchas mujeres
vistan mantilla a la vez que, según sus propias reglas morales del vestir,
vistan de un modo ‘impropio’.
I/2 Carnaval de Cádiz 2017. Las mantillas exaltadas
proponen un repertorio realmente inteligente y divertido, además de gamberro y
desvergonzado: Carnaval de gran calidad, en mi opinión. Sin apelar a la
corrección política, despliegan un uso muy especial de lenguaje de género. No
reivindican tanto; crean realidad, más.
Comienzan
con una exaltación de su estética y su moral, que a lo largo del repertorio se
irá deshaciendo, por fuerza de la realidad. Sí, creo que en su poética
presentan a una mujer fuertemente adoctrinada, cuya doctrina se va deshaciendo
a medida que va siendo consciente de sus necesidades y apetencias. Su humanidad
se anuncia discretamente:
“Qué
bien nos lo vamos a pasar,
la
virgen hoy está sembrá.
Escucho
un ruido de tambor y voy sintiendo
un
cosquilleo, y un gustito que me da.
Detrás
va el paso y yo llevo, mu pa dentro,
la
mantilla muy bien clavá,
y ese
rosario pa rezar.”
Inmediatamente
nos anuncian las verdades de esa moralina:
“La
mantilla no se puede de perder,
es el
signo de la esposa siempre fiel:
la
mantilla, esa es mi identidad y la castidad.”
El
trabajo actoral, la gestualidad imprescindible que acompaña a tantos clichés y
prejuicios, para imitar a esas personas que muchos conocemos, y que cuando
hacen esos discursos admonitorios contra los demás ponen todo su cuerpo en su
forma de hablar. Un lenguaje no verbal característico que busca la complicidad
de quien escucha.
Magistral,
por ejemplo, un “me voy a callar” pronunciado con los labios vueltos, de Irene,
ya hacia adentro.
La
doble moral hace su aparición. Muchas personas de moral estricta, o
aparentemente estricta, no se dan cuenta de que la negación de la realidad
conduce a la doble moral. Y que las personas de doble moral suelen ser muy
exigentes con respecto a los otros, y con respecto a sí mismas son capaces de
disculparse los deslices: cosas que pasan porque pasan…, por supuesto,
entornando la voz, buscando la confianza de quien escucha. ‘Pecaditos
infantiles de mujer…’:
“Los
sabaditos por la noche voy al centro
con mis
amigas, hasta un bar a tapear,
y entre
algún golpe de pecho va cayendo
una
cerveza por acá, un cubata pa acompañar.”
En sus
cuplés ponen al alcalde de la ciudad en su centro, igual que fue el centro en
una polémica sobre la semana santa, y al que se hace responsable de todo lo
negativo que pueda acontecer en la ciudad, aunque no tenga relación con él o
con sus políticas concretas:
“La
culpa la tiene el Kichi, de cómo lo vi a pasar.
Mira mi
tipo este año,
Qué
colorido que está, mortal.
Voy
marcando con esta varilla, te transmito mi
solemnidad,
Pero tú
siempre muerta de risa,
Yo aquí
noto poca seriedad.
No me
gusta ni un pelo cómo te lo pasas en el Carnaval,
lo tuyo
ya no tiene remedio
y
condenada ya estás.
Pero
yo, si es por ti, y te vienes conmigo,
me
pongo a rezar.”
Estos
dos últimos versos bien parecen una proposición amorosa, lesbiana, en toda
regla. A la que se suma un estribillo muy bien traído con el tema, a la vez que
muy divertido:
“Soy
devota de maría,
pero la
que tú te lías.”
A
diferencia de otras agrupaciones, este cuplé dedicado a la presidenta de
Andalucía se centra solo en sus cualidades personales:
“(…)
El
campeonato era en España
y
alucina lo que me pasó.
Adelanto
a tol mundo, al llegar a la cima, ya muerta del tó,
me
encuentro a Susana Díaz
justo
en lo arto del tó.
Esto
nos deja claro quién es la mayor trepa de esta nación.”
No
podía faltar, pero en este caso aún más, la queja y protesta ante el malestar
sexual:
“(…)
De
todas las dietas que yo he probao ya sé cuál me va:
la
dieta del cucurucho,
esa es
la más eficaz.
Dejo a
Paco acostao, solo salgo a la calle para adelgazar.”
Un
nuevo estribillo hace las delicias de un público ya ganado para su humor:
“Yo es
que muero por un paso,
pero
antes ponme un vaso.”
Del
desamor es también el Kichi responsable:
“La
culpa la tiene el Kichi, si mi novio a mí me ha dejao.
Llevo
triste dos semanas,
Llorando
por tos laos, pringao.
Mis
amigas son adorables,
me
dijeron tienes que olvidar,
Y nos
fuimos a la calle
pa
tomar una copita, na más.
me tomo
un chupito, luego tres cubatas y dos whiskys detrás,
y
cuando me doy la vuelta
veo a
mi Paco llegar.
Yo bebí
pa olvidar y ahora veo a tres Pacos con to la tajá.”
Es
esta, también, una agrupación que se relaciona muy bien con el público, y
siempre en la clave de su tipo, sin salirse del papel, ni del tono de su tipo.
No solo el repertorio me parece muy cuidado e inteligente en el uso de la
lengua, y del habla gaditana. Su tipo, como el año pasado y el anterior, resulta
exquisito, burlón, satírico. También su música.
Vamos a
sumarle a esto el conocimiento de las tradiciones que critican, en este caso
“las siete visitas del día de jueves santo”:
“La
culpa la tiene el Kichi, mira qué gran ilusión,
el
jueves santo ha llegao,
lo vivo
con devoción, pasión.
Desde
muy temprano estoy lista,
Los
oficios yo debo atender,
yo
visito toda las iglesias,
porque
así es como debe de ser
(nótese
que en la lengua correcta sería “debe ser”, porque “debe de ser” no implica
obligación sino posibilidad, un uso de la lengua muy extendido, sin embargo.)
que
aquí me santiguo, que aquí un besamanos, que aquí un besapiés.
Y si yo
fuera la virgen,
a mí ni
la mano ni el pie
porque
no soy de extremos, el término medio pa mí está fetén.”
Y a
este remate magistral le sigue un nuevo estribillo muy bien escenificado:
“A mí me
entra una fe…
siega!!”
Y un
nuevo cuplé referido a la “humedá” en la que su descaro les anima a pedir la
colaboración del público asistente:
“La
culpa la tiene el Kichi, tengo humedá vaginal
y ni el
viento de levante
me la
consigue secá: ¡soplá!
Yo siento
en mi cuerpo humedades,
yo las
noto por condensación,
y
algunas noches descontroladas
también
las siento por filtración.
Pero
tengo un remedio que esto no me afecta: ¡humedades a mí!
Porque
lo estoy disfrutando,
y me
deja buen olor,
en vez
bolas chinas yo me meto ahora bolas de alcanfor.”
Este
cuplé último es, como todo el reportorio, un juego permanente, con las palabras
y con la doble moral y el puritanismo. Empezamos por la humedad vaginal, en su
sentido propio, que unido al viento de “levante” puede cambiar, porque ese
“viento de levante” no la consigue “secar”. A tener en cuenta que ‘humedá’ es
una metáfora de frío en Cadi.
Después
viene un juego alocado de palabras en relación con la humedad, no otra cosa que
las ‘poluciones nocturnas’ en las ‘noches descontroladas”. Para terminar con el
puritanismo recatado que necesita una ‘función real’ y práctica cuando practica
la masturbación, para disimularla: el buen olor de las bolas de alcanfor.
En su
última conversación con el público hablan de las componentes de su chirigota,
de que son cinco, aunque solo se vean tres; que han desertado, que el Carnaval
se les ha ido de las manos. Lo remata Maricarmen, con ese permanente estar en
el papel: “to los días haciendo la calle...” (en una clara alusión a la
prostitución).
Por
último llega su canción, a modo de popurrí, en la que
las de la mantilla abrazan la realidad del deseo:
“(…)
Y yo me
estoy poniendo nerviosa,
Y
pienso cosas que son muy raras,
Pero no
puedo, no puedo, no puedo
Dejar
de pensarlas.
Y yo
rezando por mi decencia,
Pero
estoy harta de telarañas.
Verás
que toda mi penitencia se queda en nada.
El día
que yo me quite el sayo
Ya no
me paro a pensar en nada,
Me
quito primero la mantilla y después
las
bragas.
(…).”
©Pablo
Martínez-Calleja, 2017
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