jueves, 2 de junio de 2022

Libertad y Carnaval



Escribo para entender, para explicarme las cosas a mí mismo, y publicarlo es simplemente compartirlo con quien quiera tomarlo en cuenta. ¿Por dónde empezar? Porque es difícil ser preciso con las palabras cuando el ambiente que las reciba está tan polarizado, tan encabronado, y rápidamente quien se pronuncie será tomado como amigo o como enemigo. Ese es el populismo; ese es el totalitarismo.

 

Empecemos por la hipérbole. Un concurso es un concurso, quien quiera tomar parte en él debe atenerse a las normas y a los plazos. Si bien esto es cierto, seríamos muy ingenuos si pensáramos que el COAC es simplemente un concurso y nada más. El traslado de fecha del COAC fue usado por la alcaldía para trasladar también el Carnaval, con una serie de argumentos que decayeron rápidamente. Así mismo, los participantes del COAC buscan la notoriedad que el concurso les pueda ofrecer. El COAC es solo una parte del Carnaval, por más que insistan los postulantes del éxito en que el COAC es el Carnaval.

 

La libertad se pelea, si de lo que se trata es de la libertad, y en febrero hubo Carnaval, aunque no hubiera COAC. Quien se queje de que la libertad estaba en febrero podría haber ido a febrero a buscarla o a disfrutarla, que nada ni nadie lo impidió, excepto la propia valentía o la ocasión. El barbecho, del que tanto se habló, y el traslado del COAC, que insistentemente se argumentó por lo bajini que tenía que ver con que precisamente las agrupaciones típicas del COAC no habrían tenido tiempo para prepararse, no ha amilanado a Martínez Ares para sentirse “robado”. Esta parece una premisa necesaria para poner en contexto las hipérboles que le han seguido al COAC de mayo y junio.

 

Todo está encabronao saturao de encabronamiento. El libreto de Martínez Ares vuelve a ser un homenaje al significado imposible de las cosas. Hay coplas del Falla, algunas coplas del Falla, que andan moribundas y buscando enterrador. Habíamos quedado en que Carnaval es sátira, fusta sibilina e inesperada, doble sentido, y no un hiperrealismo histriónico y gritón, látigo de siete colas y con puntas de acero. Demasiada brocha gorda, demasiado hiperrealismo, demasiada falta de pericia pragmática que deje paso de la bronca a la finura aguda de la sátira. Demasiado hedonismo onanista atribuyéndose a su febrero la única posibilidad de ser libres, en lugar de salir a buscar la libertad, lo que por miles hicieron en Cadi tantos gaditanøs contra la autoridad. No es la primera vez que el histrionismo hiperbólico de Martínez Ares llama mi atención. Quien quiera leer la crítica recién señalada creerá estar viviendo lo mismo de nuevo, como si no se cumplieran febreros y siempre dijera lo mismo nuestro Martínez Ares.

 

La literaturización del Carnaval en la Edad Media no fue una conversión del Carnaval a la literatura realista o hiperrealista, sino el uso de instrumentos literarios a mayor gloria de una juerga cargada de sátira: una aguja que no da puntada sin hilo; mucho menos un cañón. Un concurso, por sí mismo, es lo contrario de Carnaval. Escuchar que COAC sea igual a Carnaval, en el bien entendido que Carnaval sería contra poder, da rubor y un poco de vergüenza ajena. Si me lo permiten, Carnaval es contra cultura y concurso es conformidad, al menos conformidad respecto a las normas, y las normas son el ideal del orden y la belleza canónicos. ¿Les gusta eso? Sin problemas, pero llamemos a cada cosa por su nombre.

 

Llamar al alcalde “tirano”, en el contexto ya enmarcado antes, es uno de tantos ejemplos de brocha gorda propia de la taberna cotidiana, ajeno a la finura de la que presume, ¿y tiene?, el COAC. Es salir a las tablas del Falla hiperbólico y desatao, cosa que afecta, por desgracia, a casi todas las comparsas, a unas más que a otras. En Cadi hay suficientes poetas capaces de lo fino y lo agudo, de la fusta y no del látigo de siete colas. Claro que el bastinazo tiene su papel, su papelón, porque lo grotesco es tan Carnaval como lo pintoresco: la cuestión es la medida de las cosas; el cómo y el para qué del artefacto teatral. Por esto es importante hablar también del contenido, por el asunto de la coherencia significativa intrínseca de las letras que se cantan, y no porque se diga del alcalde esto o aquello, algo fundamental si se quiere hacer una crítica, que no es otra cosa que un análisis, aunque mucha gente piense que solo es para hablar mal: muchas veces las críticas hablan muy bien de lo criticado.

 

La comparsa ha pasado de cantar, con melifluidad, a la mujer gaditana… ¿a qué? El asunto no es tan sencillo y yo prefiero la chirigota por un millón de motivos, estéticos, teatrales, carnavalescos. Martínez Ares sigue cantándole a Cadi mi niña.

 

Pero hablemos de eso que se llama coherencia significativa. ¿Qué tiene que ver la prevención con el traslado de fechas del Carnaval? Nada. ¿Qué tienen que ver los palos que daban los grises a los carnavaleros con poner el COAC en mayo? Nada. Pero las primeras cuartetas de la presentación de Los sumisos unen prevención, palos, guardias, dictadura y al actual alcalde en un ejercicio imposible al que Martínez Ares nos tiene acostumbrados. Es legendaria, ya, la ininteligibilidad de las letras de Martínez Ares, algo de lo que todo el mundo se quejaba siempre excepto esta vez, por lo que parece, aunque tampoco mucha gente haya entendido, en verdad, lo que esa comparsa canta. La incoherencia sobre la que llamo la atención habría que denominarla, más bien, manipulación o propaganda, en atención a que todo el texto es profundamente y sin ningún género de dudas un texto político.

 

Vuelve, luego, Martínez Ares, al monte que es la comparsa con Cadi, niña bonita, y se atribuye en primera persona ser el bufón, quien pronuncia la verdad. Una antigualla, en realidad, que en ningún Carnaval existe, sino que el bufón es el Carnaval mismo. El bufón era un salto simbólico que daba el Carnaval a la vida cotidiana, un acto de inteligencia que se permitían algunos poderosos de tiempos de los que se habla sin saber mucho de ellos. Y se cierra la conversación con las “coplas prohibidas”, “la policía” y “la cárcel”. Una sobreactuación, una exageración de gigantomanía letrera que es un engaño artero en un Carnaval que es juego difuso entre realidad y ficción.

 

Propio de esta comparsa, da una de cal y otra de arena, aunque sin ton ni son, y dedica un pasodoble sin pies ni cabeza a la policía local, lleno de lugares comunes como la expresión de la paguita, expresión propia de una ultraderecha que luego el mismo letrista se atribuye criticar negativamente, y generalizando de una forma más bien populista, como toda generalización suele serlo.

 

Se acude a la polarización, la brocha gorda de lo blanco o lo negro, y a una idealización exagerada entre la Teo y el Kichi. Y para quedar por encima del agua, como el aceite, se declara acólito de Salvochea, algo incomprobable. El sur sumiso cae por su propio peso, porque termina diciendo que es de hierro, una contradicción como todas las demás; también el mismo victimismo de Un perro andaluz.

 

Y cuando parecía que ya todo estaba dicho, llega el momento en que la enloquecida mezcla de todo se vuelve insoportable: El pasado sumiso, y una vez más la misma retahíla victimista, repetida una vez más.

 

Cantarle a todo al mismo tiempo debe de ser, sin duda, agotador. Lo asombroso es que haya un público que con la simple escucha ya pueda comprender todo lo dicho; más aún que tome partido y que una cierta prensa agite solo uno de los espantajos usados en el artefacto teatral. En mi opinión, el artefacto funciona así: se nombran determinadas cosas más bien claras, expresiones llave, y desarrolla un argumento enloquecedor, por incomprensible. El público favorable acepta el par de cosas claramente expresadas, aunque sean contradictorias, algo que en teoría política se denomina populismo. También acepta el público desencantado, el público que se siente víctima, el público que está harto de no ser escuchado. Es el discurso que siempre ofrece algo para cada quien a través de las expresiones llave, y nadie atiende al argumento. Un mecanismo más es la simplificación de la realidad compleja.

 

En Carnaval, no se olvide, amo a escushá, y cuando no guste lo que se escuche, media vuelta y a otra esquina. Y esquinas para todøs.


©PabloMartinez-Calleja, 2022




viernes, 18 de marzo de 2022

Fotos der Carnavá de Cadi 22 - 4

 

Coristas, a la calle


Romancero: La verdadera pero increíble, histori de Queen


Romancero del Caro, Paco el Satánico



Fotos del Carnavá de Cadi 22 - 3








jueves, 17 de marzo de 2022

Fotos del Carnavá de Cadi 22 - 3

Los viejos rockeros nunca mueren, pero se jubilan...
 


Puertatierra


Los muerto der Carnavá


Fotos del Carnaval de Cadi 22 - 2








martes, 15 de marzo de 2022

Crónicas clandestinas. Epílogo

Aquí es donde me encontré a la francesa, en Basel, que parece que terminó aquí cuando la Concejala de Guardia la mandó pa' la noria

No puede haber un mejor día para escribir el epílogo de mis crónicas clandestinas de unos carnavales tolerados, pero no oficiales, que hoy, día en que comienzan los carnavales desparecidos de Valencia, conocidos como Las Fallas de Valencia. Para los que creen que saben y han puesto de moda a San Sebastián, ¿y qué hacemos con San José, un carpintero decrépito pintado así para que a nadie se le ocurra atribuirles a él y a la virgen María actividad sexual de ninguna clase? Fiatetú qué bonito casar a una niña con un vejestorio… ¿Y qué haríamos con Judas, que también tiene su Carnaval? ¿Y los juanillos? Entonces vendrán con que el fuego es purificador, ¿y el de las fallas del Pirineo? Si observáramos lo que se afirma como verdad en el Carnaval, verdad indiscutible, o insondable e indiscutible, comprenderíamos de qué va el asunto de las fake news de verdad, y lo de zapatero a tus zapatos. Y lo poco que sabemos todavía.


 

La fuente de la plaza del mercado ha devenido un monolito contra la guerra. En todo el derredor de mi casa hay solo dos negocios con una bandera que recuerda la guerra contra Ucrania, en Basilea, tanto con la vergüenza de celebrar Carnaval en guerra, casi no había un negocio sin los colores de Ucrania. Eso sí, vergonzoso celebrar un Carnaval pero ya TODAS las tiendas de aquí están llenas de conejitos de pascua y de celebración de la Pascua.

 

Dejé atrás a una amiga querida en su casa, en la cama, con corona. No pude verla en Basel porque ya se había enfermado cuando llegué. Esto me sigue inquietando. Otra amiga no viajó a Basel sino a Noruega con su familia: tampoco nos pudimos ver. Tampoco puede ver a varios amigos o conocidos de Cadi: José Luis me recordaba cómo nos encontramos por primera vez en persona. Esta vez nuestra conversación ha sido toda por guasa: tenía que cuidar de su madre y no podía arriesgar llevar a casa la infección. Yo me enfermé con un resfriado en cuantito llegué a mi casa, que todo no es corona.

 

Los top ten de la prensa local en materia de agrupaciones callejeras han negado perlas maravillosas como La Concejala de Guardia, de la Tubío: los que hayan seguido la guía oficial se han perdido algo de entre lo mejón de lo mejón. Con lo bonito que es dejarse guiar por las calles con los ojos bien abiertos, sin un mapa que vea en lugar de nuestros ojos. Bueno, y que ojos ya casi nadie tiene: todo el mundo mira, y ve, a través de su móvil, ¿y las consecuencias que esto tiene? Ah, pero es que ya todo el mundo ha logrado la importancia de ser el reportero de su escalera. ¿No sería mucho mejor contarles a los vecinos lo que de verdad se ha visto, se ha sentido, se ha experimentado, sin estar pendientes del cacharro ese? Cientos, miles de móviles haciendo vídeos y fotos que no sirven para ná, que no tienen ninguna calidá y que han quitao la tranquilidad a sus autorøs para vivir lo que tenían delante de sus ojos. Esa foto, ese vídeo, no le hace justicia a lo que se podía haber visto de verdá.

 

Hala, esta es mi penúltima pamplina. ¡Abur!

 

©PabloMtnezCalleja, 2022

 


Crónicas clandestinas de Basel 9 y 10



























 

jueves, 10 de marzo de 2022

Crónicas clandestinas de Basel 9 y 10


El tiempo vuela, había mucho que hacer: trabajo, se llama, aunque sea en Carnaval y haya personas que crean que documentar el Carnaval es una juerga. Una juerga que cuando explotó la pandemia y el Bundesrat suizo prohibió el Carnaval no atrajo a NINGÚN periodista ni documentalista extranjero: humildemente fui el único. Se supone que cubrir aquel Fasnacht 2020 hubiera debido ser importante; no lo fue. Lo fue, pero no fue tomado en serio.

 

Vengo a estos recuerdos porque yendo por las callejuelas de Basel esta mediodía alguien me ha llamado por mi nombre. Nos conocimos aquel 2020 y compartimos con su Clique muchos buenos momentos. Ayer por la noche ocurrió lo mismo en el cruce de caminos de Basel, un remedo del cruce de Los Italianos de Cadi, en la Rümelinsplatz, delante del edificio Schnabel. Era una de las personas con las que pude compartir una Fondue en plena calle, una tradición que ellos siguen desde hace unos años el martes de su Fasnacht.

 

Escribo desde un sitio nuevo, hoy. Todo está cerrado, la pasada madrugada terminó el Fasnacht a las 4 de la madrugada, y hasta las 5 estuve documentando el deshacerse del Carnaval, el abandono de las figuras abandonas, o devueltas al gabinete ambulante de los objetos absurdos y sin vida. El sitio es una galería de arte, al mismo tiempo que un café, con una tarta de manzana riquísima. Un lugar muy agradable y la mujer que regenta el lugar igualmente agradable, exquisitamente educada.


Estaba, yo, en el proceso de acostumbrarme a la siguiente situación desacostumbrada. Estábamos solo los dos sentados como si yo hubiera irrumpido en el salón de su casa: dos extraños compartiendo el mismo círculo de butacas, uno frente al otro. Entonces ha llegado un artista hablando en italiano que venía a discutir con ella la organización de su próxima exposición. Justo en el momento en que yo empezaba a usar las teclas de mi ordenador. En esto estamos. Estábamos. Acaba de salir el artista y nos hemos vuelto a quedar solos. Hemos cambiado dos miradas y yo he vuelto a hundir mis ojos en mi teclado, al tiempo que ella iba a la barra a hacer alguna cosa. Me estoy desviando de mi crónica a favor de un guión teatral, y no es el momento.

 

Además, yo tenía que contar que la gritona del tranvía, hoy, era una alemana y no algún español o italiano. Y sé que era alemana por su alto alemán y su acento. Me he venido enterando de su abono para la ópera, de que va sola a todas partes porque su marido tiene bastante con sus amigotes de los viernes, y más no sale. En fin.

 

(Ahora hemos cambiado un hilo de conversación, se ha puesto su abrigo y ha salido fuera: yo me he quedado solo aquí dentro.)

 

Fasnacht. El martes de su Carnaval salí a eso de las 10 y las calles estaban floridas de papelillos, de gente alegre, de muchas charangas familiares o de vecindarios, de niños disfrutando. Algunos se atrevían, un poco a escondidas, a acercarse a mí y lanzarme una puñado de papelillos: es el lenguaje de la alegría. Siempre mediaba un cambio de miradas alegres y cómplices con sus madres. Muy divertido.

 

Me encontré con mi buen conocido, artista de esta ciudad, con quien mantengo contacto regular desde 2020, desde que nos conociéramos en las calles prohibidas, luego que él tuviera dos intervenciones, la más importante fue ponerle una capa, como un sayo, a Helvetia, y un ramo de mimosas en el brazo.  Fueron días de infortunio en Basel; de resistencia, también. Cené con él y sus amigos, charlamos. Yo me esforzaba por comprender su dialecto, que me encanta, la verdad, y ellos se esforzaban por incluirme en alto alemán, de vez en cuando. Una noche memorable y luego llegaron los romanceros, sobre lo que habrá pieza aparte.

 

 

El miércoles, ayer, fue un día raruno; todo el Carnaval lo ha sido, en Cadi y en Basel. Hasta bien pasadas las once y media no hubo calles ruidosas y alegres, aunque tuvieran sol intenso. Se animó, entonces, extremadamente hasta la madrugada.

 

Lo mismo el martes que el miércoles disfruté de parodias y pantomimas de mucho interés, divertidísimas, además, y de una novedad, resignificación, respecto al elemento de Carnaval que tiene que ver con la queja del malestar en la vida sexual. También pieza aparte sobre esto.


Finalmente llegarón las 4. Se apagaron los forillos, entregándole la luz al alumbrado público de la ciudad. Algunos fasnächtler se largaron inmediatamente (mentalidad orientada al objetivo) otros remoloneaban intentando no reconocer el regreso de la vida normativa, alargando esa cola, más bien coda, final que todavía dejaba su Carnaval como una estela que, en realidad, se irá difuminando, aunque alargándose, hasta dentro de un año.

 

©PabloMtnezCalleja, 2022



 

martes, 8 de marzo de 2022

Crónicas clandestinas de Basel 8



Tantas emociones entre las callejas de esta ciudad cantón. ¿Por dónde empezar? No sé si la gente raja o no raja, pero aquí al menos no se escucha tan claramente lo que la gente raja. Un café cuesta cinco francos, el doble que en Lüneburg. Eso sí, unos jóvenes se pusieron en la Plaza del Ayuntamiento con un puesto a las cuatro de la madrugada con un puesto donde solo vendían café negro con licor a elegir; ¿precio? “Lo que tú quieras darme”. Habían escrito que 1 euro, en todo caso, iría a Ucrania. Bueno, ¿cuánto dinero debía dar? No hay dilema que valga, el mismo que hubiera dado en cualquier otra parte, ¿o tiene menos valor ese café solo porque no te exigen un precio prefijado?

 

Caminar a las tres de la madrugada en dirección al Ayuntamiento era una ficción, después de dos años de calles vacías por la prohibición y la pandemia. Las calles se iban llenando, la plaza estaba más llena que a la misma hora en los años anteriores a la pandemia. Cómo raro era ver a un grupo de jóvenes sobre la marquesina del Tram: más que un poquito irresponsables. Por lo demás, los brutos eran los que hablaban alemán pero no a la suiza: solo me encontré a dos de esos que se iban abriendo paso por la calle, porque ellos lo valen… Aquí, en medio de este caos y mogollonazo, con decenas de miles de personas, el suizo, o la suiza, se disculpan si se chocan contigo: esta es mi experiencia. El ir en bulla y sin respeto no lo conozco en los suizos en Fasnacht.

 

A las 4 en punto sonaron las campanas, se apagó la luz y se encendió el Fasnacht, el Carnaval. Sonaron los tambores, seguramente, napoleónicos y los piccolos. Tras el Morgenstreich, el grito contra la oscuridad de esta ciudad, no había Cortège, prohibido, pero que de facto se realizó en parte. Las calles completamente a oscuras mientras las Cliques y Zunftes iban y venían abriendo paso a sus embajadas: alegría, asimetría como forma de entender al otro y lo otro, diversidad, sátiras y cagarse en Putin.

 

Aquí se llevan mascarillas solo en los transportes públicos, en ningún otro lugar se llevan: en ninguno. Será lo que tenga que ser. Para los que estamos vacunados la aprensión es menor; para todos, la gravedad del ómicron también es menor.

 

No pude tomarme mi sopa de harina: alguien me quitó el sitio para comerla mientras la pedía, literalmente. Una invasión y una desvergüenza. Puede pasar, incluso en Carnaval, aunque algo menos habitual de lo que los menos conocedores afirmarían. Pero me comí mi Käsewähe, que estaba caliente y buenísima, y me tomé un café. ¡Qué frío!


Por la noche escuché los primeros romanceros en una de las catedrales rupestres-carnavaleras de Basilea.

 

©PabloMtnezCalleja, 2022

La foto viene luego.