Carnaval de Cai. El carnaval de Cádiz es un inmenso patrimonio cultural inmaterial de la Humanidad.
The carnival of Cádiz is the Speaker's Corner of Spain… without soapboxes.
Nota previa. Gades no es una mujer, Gades es Cádiz, que
como tantas ciudades es de género gramatical femenino. Cádiz (en adelante
Cadi), es considerada por no pocos una mujer, pero una mujer-concepto y no una
mujer real. Como tal mujer-concepto se vuelve un concepto político, que en la
tradición española, claramente contrarreformista católica (no se pierda de
vista que el Dogma de la Inmaculada Concepción fue y es español, y muy
andaluz), obliga a las mujeres a navegar por los vientos de una sociedad
machista y patriarcal. Todo lo humano es político y está politizado.
Gades
se vuelve estatua presente en 1987, año en que queda instalada en
Cadi. Una estatua que es una mujer que mira al horizonte, una mujer desnuda,
con apenas un manto arrebolado entretenido por el viento. Una mujer mito. Y una
estatua que hasta hoy parece del gusto de tod@s, o nadie parece haber
protestado nunca demasiado. ¿Por qué?
Porque
lo molesto es ver de cerca lo que mejor se tiene lejos si no se comprende del
todo bien, o porque no se acepta. Porque a las estatuas cada quien les otorga
su catecismo particular y ya el Mundo sigue en orden porque están lejos, como
ajenas y fuera de una realidad demasiado próxima y quizá hiriente. Si la
estatua se vuelve viva, de pronto, el marco de significado se altera, resulta
real, tangible, y peligroso quizá.
Prólogo. Hablar de cualquier Carnaval de Europa
resulta complejo por su amplia diversidad intrínseca. Todo Carnaval es
polifacético y todo Carnaval es político. Todo Carnaval es único. Todo
Carnaval, por ello un nombre común para todos, tiene unos elementos comunes.
Hay tres elementos a los que debemos, en mi opinión, atender con cuidado: 1)
Crítica y queja por el malestar en la vida sexual; 2) Crítica y queja contra el
Poder por su uso abusivo o ridículo; 3) La posibilidad de “ser alguien otro”
durante unos días.
Cuando
hablamos del Carnaval de Cadi deberemos mencionar el disfraz
y el tipo. Yo deseo aventurar algo que quizá haya sido menos tratado de lo
necesario, excepto en el magnífico trabajo de la Dra. Ana Barceló (2015; 26):
“[El tipo] Es algo más que el conjunto de prendas que permiten a una persona
pasar inadvertida”.
El
disfraz podría servir al deseo descriptor de nuestro José Ortega y Gasset (1964; 195) de lo
que para él sería el Carnaval: “(…) fiesta en que nos ponemos máscaras para que
nuestra persona, nuestro yo, desaparezca. De aquí que la mascarita hable con
voz fingida a fin de que también su yo
resulte otro y sea irreconocible (…)”. En este sentido existe el disfraz, como
un escondite, como un refugio. El tipo es una muy otra cosa.
El
tipo, y no solo en Cadi, aunque mucho más en Cadi, es el ser que da cuerpo,
forma y voz, a una historia que llevamos dentro y queremos contar. Bueno, más
bien gritar con desgañite tranquilo. Sea esa historia la que sea. Es el rasgo
número 3: la posibilidad de ser alguien otro durante unos días. Pero, ¿para qué?
¿Para
qué queremos ser un alguien otro? Para divertirnos escondidos o para divertirnos
denunciando, con sonrisa o risa, con Sátira, e incluso de modo grotesco,
nuestros malestares en nuestra Cultura: la crítica, en la que Cadi puede ser
muy hábil. Para divertirnos denunciando a cara descubierta, pero con la
convención teatral de la desrealización: los dos coloretes, uno en cada
mejilla.
Los aparentes hechos. Una cierta boulevard-presse, rijosa
y verderona, se ha fijado en la estatua viviente, después de tener delante de
sus narices a la estatua original durante años. Lo que ofrece a su público
parte de la premisa de que estuviéramos viendo a la concejala desnuda y se echa
las manos a la cara con los dedos muy bien separados, en lugar de realizar una
mínima reflexión de observador que si conocieran a John Berger hubieran
acometido: profundizar en lo que se ve, en lo que experimentamos como emoción
de lo que vemos o creemos que vemos, y en lo que significa para nosotros. Se
han quedado con la emoción deseada de ver a una mujer desnuda que no lo estaba,
sino que lo parecía. Y que, además, era una mujer desrealizada en estatua viviente. La concejala no era ya la concejala sino La estatua Gades, pero en
una suerte de juego de existencias múltiples, aunque jerarquizadas y simbólicas.
Algo parecido a lo que la mano mágica de El Selu hizo cuando dejó desaparecer a
la antigua alcaldesa para sacar de su sombrero del Humor “la rajita de su
urna”.
Han visto desnuda a la concejala para componer el estúpido ripio de chichi y
Kichi, y tratar así de destruir al gobierno municipal de Cadi.
Y sí,
“La estatua Gades” sí va enseñando el chichi, todo su coño, y sus espléndidos
pechos, todo su cuerpo; su tripa también. pero no la concejala, ni María Romay.
La estatua. ¿Por qué no?
La
fantasía es el placer del impedid@ para materializar su placer. Lo que no está
nada mal, pero sería bueno distinguirlo para no sufrir neurosis. ¿Alguien ha
visto los pechos de la concejala de Fiestas y Transparencia? Yo no, y he
mirado con lupa. Y no solo. Me he permitido preguntar, averiguar. Porque desde
el comienzo vi el principio gaditano del Carnaval: el trampantojo, el doble
sentido. Pero esto lo vamos a dejar para una segunda parte: el cómo se hizo.
A mi
modo de ver María Romay, a la sazón concejala de Transparencia y Fiestas, que
no de transparencias porque no hay tales, decidió bajar a la mujer-concepto de
un pedestal que le es una silla de clavos afilados. Ponerle a ese símbolo una
lapa más, la de la realidad, la lapa de la mujer empoderada, la de la amazona.
Dar un escándalo, pero un escándalo con inteligencia, además gaditana: el doble
sentido, el trampantojo arrebujado entre los pliegues del manto arrebolado y
estorbado por el levante. Un levante bravo, sí, y una estatua de bronce. Y muy
“poca vergüenza gaditana”.
No sé
si el Carnaval de Cadi tuvo alguna vez la relevancia mediática, y social como
consecuencia, que está teniendo este año. Vaya por delante, sin embargo, una
aclaración: el Carnaval no ha empezado todavía. Lo que ha empezado es el
Concurso Oficial de Agrupaciones de Carnaval que se celebra en el Gran Teatro
Falla de Cádiz. La diferencia es notable.
En el
primer caso hubo amenazas de llevar el asunto a la Fiscalía. En el segundo caso
actuó el abogado de la interesada. En el tercer caso, el presidente de SOS
Racismo, simplemente, ha llamado la atención sobre un Humor que insistiría en
la risa a través de la estereotipación de la población negra.
Los dos
primeros casos son una caricaturización de varios personajes públicos. El de
Puigdemont y los suyos, la caricatura de personas del Poder público que en su
calidad de Poderosos son caricaturizados y ridiculizados por sus actos políticos y públicos. Satirizados en un
ejercicio propio del Carnaval como instrumento de la Cultura y la Política,
como instrumento fundamental en la sociedad; más aun en una que lo sea
democrática. Al Carnaval le pertenece la Sátira y lo Grotesco. Y el Carnaval es una parte de la sociedad, y más libre de decir que el mismo Parlamento. El Carnaval
de Cádiz es el mayor y más libre Speaker’s Corner del Mundo.
El caso
de Andrea Janeiro puede resultar algo más incómodo al análisis. Andrea Janeiro no
vive de su imagen pública y ha pedido que le dejen huir de la vida pública en
la que la metió su madre. En octubre de 2009 el Defensor del Menor de la
Comunidad de Madrid remitió un escrito a la Fiscalía de Menores de Madrid en el
que solicitaba que actuara de oficio para proteger a la menor. No consta que
ella viva del uso de su propia imagen pública; bien al contrario parece
que insiste en que la dejen en paz. Otra cosa es si su madre lo hace con la imagen de su hija.
Al
Carnaval de Cádiz le hemos atribuido ser “periodismo satírico cantado”, y
seguro que con razón. Ante lo que habría que decir que hace el ridículo quien
simplemente se ceba en quien no debe ser objeto de Sátira ni burla. Burlarse de
quien no usa el Poder o de quien no usa su imagen, de quien acaba de cumplir 18
años, y que toda la caricatura que se haga de esa persona tenga que ver con los rasgos de su
madre (por el famoso asunto del pollo) o con su aspecto físico y del que no
parece que viva, todo como consecuencia de la disputa entre sus padres desde
su nacimiento. No sé. No sé dónde está el periodismo cantado del que
hablábamos. Simplemente, una chirigota así debería hacer el ridículo entre un público verdaderamente informado y aficionado al Carnaval. ¿Hacer burla del
débil es Carnaval? ¿Dónde están los platos fuertes, las sátiras, las críticas,
las burlas en una sociedad, la española de 2018, que de tantas cosas se duele?
Pero, por supuesto, que Cádiz se ría de lo que quiera, o de lo que pueda. Sin
olvidar, una vez más, que una cosa es Concurso y otra muy diferente es
Carnaval.
Sin
embargo, no veo que la respuesta deba ser legal ni judicial. Habría que
responder a esas cuartetas haciendo entender a sus autores que no han salido
del Humor del final del siglo XIX, del humor facilón basado en la ridiculización gratuita del otro, sin importar nada ni por qué, ajena a un verdadero contexto satírico. Pueda ser que haya quien piense que
eso es el Humor, la Sátira y aun el Carnaval. Yo creo otra cosa, y lo pienso teniendo
claro, clarísimo, que el Carnaval debe gozar de una libertad libérrima.
El
tercer caso es el de la Chirigota de Vera Luque: No tenemos el congo pa
farolillos. El presidente de SOS Racismo, Moha Gerehou: “una imagen de negros
estereotipada, ridiculizada, exagerada, y no vemos la imagen más real de la
población negra”. Vera Luque, ante la queja, declaraba: “Todo
el mundo tiene la libertad de ofenderse como el que tiene la libertad de
cantarlo”.
Libertad
toda, pero también libertad para poder decir que ese Humor, el de los dos
últimos casos, está más seco que la mojama seca.
Todo
este debate, que está llevando a un cierto victimismo en ciertos círculos
anejos al Carnaval, y que de momento solo es el COAC del Teatro Falla, pone
de manifiesto el deseo de otro Humor, por parte de la sociedad, y la falta
de fantasía y de una verdadera modernización emancipadora de nuestra sociedad a
la hora de reírse y de satirizar a los objetos de la Sátira. ¿Reírse?
Sí, pero ¿de quién, por qué y para qué? ¿Con qué no se está atreviendo el
Carnaval?
Como
hemos dicho hasta la saciedad, se presenta necesario, muy necesario,
diferenciar entre Carnaval y Concurso en el Falla. Incluso cuando en las calles
no todo sea Carnaval silvestre, incluso salvaje, y haya un Carnaval callejero
con consecuencia económicas, comercial o comercializable.
Esta
diferencia es fundamental para percibir, comprender y juzgar; porque siempre
juzgamos, y desde ese juzgar nos decimos: me ha gustado; no me ha gustado.
Luego, quizá, nos preguntamos por qué y vamos buscando los porques.
Vamos a
la calle, nos paramos ante una agrupación: nos gusta, nos quedamos; no nos
gusta, nos vamos. En un teatro la cosa es muy de otra manera. Se ha pagado una
entrada y que pretende que ese dinero aseguraba las propias expectativas de
placer audiovisual. A esto se le suma que, al haber pagado, lo que venga tiene
que gustar, más o menos: no se va a cualquier sitio con el propio dinero. Se
olvida, sin embargo, que ir a un teatro es un experimento, es una aventura y
una gran sorpresa.
Además,
en el teatro, sentados, y habiendo pagado, no se puede mover el público tan
fácilmente como en la calle, donde basta con darse la vuelta, simplemente, y a
otra cosa.
El
teatro entroniza, da importancia a lo que allí se presenta. Y mucho público
parte de la idea de que lo que salga tras todo telón es algo digno de esa casa
de teatro, en principio.
Claro,
aquí se amplían las posibilidades, y el público experimentado y sabio, sabe que
pueden salir maravillas o verdaderas mierdas. O algo más intermedio: intentos,
experimentos, que gustan o no gustan; que se han hecho bien o que se han hecho
mal; que tienen un verdadero sentido o que no lo tienen. Este es un público que,
sin embargo, ha perdido el coraje de levantarse y largarse cuando algo no le
gusta verdaderamente. Sin arremeter contra nadie sino simplemente expresando la
opinión de que lo visto no convence, en sus diversas intensidades.
Por
último, quizá, está el publico aleccionado, en dos formaciones. La hinchada
incondicional y el público manso que se deja explicar.
El
Carnaval ha producido una industria cultural, y como tal industria cultural es
deseable y justo que aparezca la crítica.
“Un
chien andalou”
La
película, de 1929, escrita por Luis Buñuel y Salvador Dalí, y dirigida por el primero,
se estrenó en París con un gran éxito. Aunque haya una cierta discusión sobre
si el título hubiera sido otro, que finalmente no fue, parece que la muy
atribulada amistad entre Buñuel, Dalí y Lorca tuvo que ver, y que como lo mismo
Dalí que Buñuel se las gastaban incluso violentas, atizaron a Lorca diciéndole
perro, aunque ¿quizá fuera en un modo histriónico? Difícil de saber
Habría
que poner en contexto a los personajes. Buñuel fue, a ojos de muchos, lo que
hoy llamaríamos un macho-alfa, desabrido en su trato con no pocas personas.
Dalí era un ser muy complicado, con una sexualidad complejísima que le hacía
sufrir en su identidad. No era su único problema con su identidad. Salvador
Dalí fue el segundo Salvador Dalí. Su hermano mayor murió y al nacer nuestro
Dalí fue bautizado Salvador por sus padres, del que tenían su foto a la vista y
al que visitaban regularmente en el cementerio.
La
relación epistolar entre Dalí y Lorca desvela una pasión amorosa que nunca,
parece, llegó a celebrarse.
Lo
mismo Buñuel que Dalí desestimaban la producción estética de Lorca, del mismo
modo que a Lorca no terminaba de interesarle, al menos, Buñuel.
Y sin
embargo se mantuvieron ¿amigos?
En lo
referido a la comparsa de Martínez Ares en el Falla, el ojo hay que ponerlo en
si “Un chien andalou” dice, menciona o refiere de algún modo, por sutil que
fuera, lo andaluz o Andalucía. La respuesta creo que seria un no. Si Lorca
hubiese nacido en Redondela, en lugar de en Granada, la película pudiera
haberse titulado “Un perro gallego” o “Un congrio gallego”.
El
victimismo como factor teatral
No cabe
ninguna duda acerca de la postración en que se ha venido manteniendo a la
población andaluza, a lo que hay que añadir que no ha sido la única población
de las Españas escondida por las clases dominantes. Pensemos en la postración a
la que han sido condenados los gallegos, por ejemplo. O pensemos en
Extremadura, hasta hoy castigada a vivir en el aislamiento ferroviario, por
ejemplo. Y recordemos que Luis Buñuel realizó el reportaje que rescató del
olvido y de la vida prehistórica a los extremeños: “Tierra sin pan. Las Hurdes”. Esto me lleva a pensar que no
encuentro ningún motivo para encontrarle a “Un perro andaluz” ni el más mínimo
menosprecio hacia lo andaluz o hacia Andalucía.
Por
esto me llama la atención el deseo de establecer un puente entre “Un perro
andaluz” y un supuesto derecho a convertirse en el perro que ahora ladra y
muerde de Martínez Ares. Parece ingenioso el punto de partida, al mismo tiempo
que peligroso, porque establece una relación completamente falta de realidad y
de verdad.
Cuando
Martínez Ares dice a la prensa que Lorca, a su regreso de Nueva York, anunció
que él mismo era el perro andaluz es algo que parece, a mi entender, totalmente
ajeno al contexto real y veraz que podría relacionar la cita y la película de
Buñuel y Dalí, con la situación de Andalucía.
“Esta comparsa es cómo nos ven y no cómo
somos”. Mi pregunta sería cómo nos ve quién. ¿”Los del norte”? El norte es
muy grande, en territorio y en número de personas. Y los tiempos han cambiado
algo, no digo que tanto, desde luego. Todavía en mi niñez lo andaluz estaba
asociado a lo gitano; y lo gitano estaba asociado a lo desviado, inmoral y
peligroso, cuando no a lo delincuente o criminal. Este es el racismo que rezuma
en nuestras sociedades. La española no se escapa, tampoco, de comprender a
todos los otros desde el cliché y el prejuicio como explicación de cómo son.
Llama la atención que el perro de Martínez Ares se duela del cliché y luche
contra el prejuicio hablando en cliché y en prejuicio. Y dejamos las dos
Españas para otro momento.
No creo
que para combatir los prejuicios destructivos se deba utilizar precisamente el
cliché, que encadena a los otros. Y creo que sería justo decir, una vez más,
que la España franquista impuso varios de los elementos de la cultura andaluza
como la cultura española, en una suerte de dictadura cultural que otros
tuvieron que ‘sufrir’.
Sería
bueno dejar de echar cuentas y acudir a la asertividad. No hemos recompuesto todavía
el desastre de la dictadura en todos sus aspectos y deberíamos hacerlo, todos,
con comprensión y empatía. Y exigiendo lo que es nuestro de cada uno. Si esa
exigencia se puede formular con:
„Cuidao, cuidao conmigo, que vengo que
muerdo, que vengo que muerdo. Que traigo la furia más loca, la sangre en la
boca, la rabia en el cuerpo.
Ha nacío un nuevo día, sigo siendo el
mismo perro, el perro de Andalucía, vengo, vengo, vengo, vengo que muerdo.“,
no lo sé, pero lo pongo en duda.
Es efectista, eso sí, puede resultar como artefacto escénico. Pero este teatro
que es el Concurso del Carnaval es claramente político, como todo teatro y todo
Carnaval. No apelo a la corrección de ningún modo, asisto perplejo ante lo que
oigo. Y me hace ruido el momento histórico, para estas declaraciones políticas,
cuando es en la propia Andalucía donde se practica una política contra los
andaluces. ¿Son los del norte los que expulsan de sus vidas a tantos andaluces
que vuelven a verse obligados a emigrar? ¿O es un gobierno incapaz o
ideológicamente orientado quien conduce a la pobreza y al desastre a toda la
sociedad, incluidos los andaluces?
El discurso del
ladrido desesperado y la boca llena de sangre es un discurso afrentoso, violento,
de reacción, mucho más cercano al de Luis Buñuel que al de Federico García
Lorca, tengo la impresión.
Aunque
en relación a los clichés y los prejuicios no deberíamos olvidar, tampoco, que
para esta comparsa Rajoy es “gallego”.
El
forillo
El forillo
es otro de los elementos importantes en un teatro de Concurso de Carnaval. Una
simbología que no es nada fácil de desentrañar, por varios motivos. Entre otros
porque es un Concurso de Carnaval. Hay varias casetas, si se cuentan son ocho.
El problema está en que son demasiadas cosas las que se presentan encriptadas
en una sola, y que el cerebro humano no da para tantos elementos. Hay que
atender a una música que desacostumbradamente no fluye y a unas cuartetas que
en realidad son ininteligibles, mucho más parecidas a un “cadáver exquisito”
que a unas coplas de Carnaval, si es que lo son. Todo esto, sobre todo la
inmensa cantidad de pretendidos símbolos, hace muy difícil, o imposible, poder
estar a todo.
Voy a
empezar por ver en el forillo a Alberto Sánchez, un pintor que no ha sido
citado hasta ahora por el farmacéutico ni por nadie. Él trabajó para La Barraca
e hizo cosas como estas, desde las que miro hacia el forillo y digo ¡ah!
La puerta del infierno. Al margen del patetismo que se
quiere expresar con esa boca de comic, no sé si todo el mundo la identifica con
ninguna otra cosa que con el perro al que se canta, y del que se va ganando, el
público, una imagen en su propia cabeza, ayudado por esa imagen. El
farmacéutico nos dice que es la imagen del diablo. Bueno, porque lo dice el
farmacéutico. “La boca del infierno” la vamos a encontrar en El Bosco
o en
“La tentación de San Antonio”
Aunque
debo confesar que yo le he dado algunas vueltas de detective, y que lo que
estaría al alcance de TODOS nosotros sería pensar en el perro que ocupa el
escenario.
Por
último, por pura fascinación y deseo de contar, les proponemos esta imagen que
entendemos muy interesante.
Quiero
suponer, claro está, que todas estas búsquedas no vayan a ser las del crítico
al que luego le dice el artista: - ¡Vaya con lo que has encontrado y yo no
había puesto!
A tener
en cuenta que si Despeñaperros es la puerta del infierno, el discurso político
es claramente osco, violento y de rechazo. Que guste o no es otro asunto. Y que
plantea una situación de lucha y resistencia que me pregunto hasta dónde quiere
llevar su autor y si su público, y el público en general, comprende y comparte.
El
tipo
El tipo
es claramente barroco, o más que barroco churrigueresco. Una suma de todas las
cosas posibles y no sé si todas son exclusivas de una visión hacia Andalucía y
hacia lo andaluz, cuyos elementos serían (yo no lo creo) los atributos de un
desprecio solo hacia lo andaluz. Cuando Machado, Antonio, escribe desde Soria y
habla de la España oscura porque le han quitado el candil, no solo piensa en
Andalucía. Piensa en toda la España condenada al atraso y atrapada en la
religión y la superstición. En Soria tendría Machado la ocasión de ver otra España
insistentemente ruralizada y mantenida en el atraso.
Hay en
el tipo, como en otros espacios de este espectáculo, aparentes contradicciones
como la del manto. Un manto que yo identifiqué, aun no siendo de Cádiz, como un
manto religioso. Vi mantos muy similares en el desierto de Atacama, en los
conocidos como bailes religiosos, y que no son otra cosa que un Carnaval
fagocitado por el catolicismo.
Los
poetas y autores que se nombran como inspiradores de esta comparsa comparten el
hecho de que la religión es un lastre, aunque lo compartan con diferentes
intensidades. Desprenderse al final del manto no lleva a pensar, en mi opinión,
que esos “perros” se desprendan del manto, y que incluye todo un significado de
atraso y dominación del pueblo andaluz. Aunque no solo del andaluz, y que no
solo los andaluces comprenden, si pueden comprender.
La
mujer en “Un perro andalú”
Para
seguirle la pista al lugar que le queda a la mujer en todo este berenjenal he
partido de la entrevista que
le hicieran a Martínez Ares en eltercerpuente.com:
“Cádiz sigue siendo la gran
fémina para mí, sigue siendo esa madre, esa compañera, esa amante, la simbolizo
y personifico en una mujer y es la gran pasión que tengo y la razón por la que
hago carnaval.”
No sé cuántas mujeres
se sienten identificadas con este rol, por otra parte muy asumido por un amplio
espectro social, aunque un concepto de ninguna manera universal. Pero tampoco
sé cuántos varones aceptan y abrazan este rol para la mujer. Tengo la impresión
de que se nos presenta una idea de la mujer perteneciente a ese pozo añejo de
valores contrarreformistas católicos,por supuesto muy respetables, con el que se levantó la caseta en la que
estamos hoy. Un concepto contradictorio de la mujer, más como concepto que como persona. Y un concepto que es motor de eso que Freud llamó "malestar en la Cultura". Por cierto que yo mismo he sido el primer sorprendido al verme preguntándome y conectando esa idea de la mujer con el problema de Salvador Dalí de no saber
qué hacer con la mujer, en cualquiera de los
planos de su vida. Buñuel lo tenía más claro. Lorca lo tenía definido.
La
comparsa completa como espectáculo
De la
lectura detallada de las letras de la comparsa comprendo por qué era difícil de
entender lo que cantaban. No se trata de su complejidad, se trata más bien de
una suma infinita de elementos imposible de comprender en los veinte minutos
que dura la actuación. De esto mismo se deduce la necesidad de explicaciones,
pero que curiosamente llegan en un ambiente de incomprensión por parte de
muchos aficionados al Concurso. Se presenta la necesidad de explicar qué es la
obra, qué dice la obra, qué representa la obra. Hasta el punto de tener que
decir que “es como nos ven, no como somos nosotros”.
Antes
de la actuación de la comparsa, los comentaristas de Onda Cádiz televisión
leyeron, literalmente, una breve nota explicativa de la obra que íbamos a ver,
realmente chocante. Algún periódico se lanzó a nutrir al público de
explicaciones, después de la noche del Falla, sobre los detalles de la
comparsa, aunque no siempre con la exactitud ni con la extensión que sería de
esperar.
Hay
comentarios, muchos, de insatisfacción, que intentan ser combatidos . Pero esto
es un Concurso de Carnaval, se dicen muchos aficionados, que se sienten mal por
incapaces de comprender lo que siempre se comprendió: su Concurso de Carnaval,
las letras, su música, sus tipos.
En las
casas de teatro y de ópera de toda Europa se organizan guías de introducción de
espectáculos para que, aun siendo de sobra conocidos y aparecen en todos
los prontuarios teatrales, el público pueda acercarse sin gran dificultad a lo
que verá sobre el escenario. Pero esto es Concurso de Carnaval. Y sí, desde
luego que se pueden hacer esas guías de un cuarto de hora antes de la función,
pero hay que hacerlas si se quiere ser entendido.
Hay un
problema añadido. Quizá es que los textos no sean tan sencillos de comprender,
porque quizá se parezcan más a un “cadáver exquisito”, en los que no
necesariamente todo resulta comprensible. Las cuartetas, las frases, están
sumadas. Se dicen muchas cosas, se quieren decir muchas cosas. Otra asunto es
si resulta siempre comprensible el discurso como un continuum. Si no hay
demasiadas ideas dentro y no del todo ordenadas según la costumbre.
Un
“cadáver exquisito” es un juego, surrealista, para crear de un modo colectivo,
y en el que el resultado final puede revelarse hilarante. Se toma un papel, se
escriben unas palabras y se dobla. El siguiente escribe y vuelve a doblar. Así
sucesivamente. A veces el tema es libre. Otras veces se da el tema, lo que
resulta más orientador al llegar al final. Por fin, se desenvuelve el papel y
se lee de una forma continuada, como si fuera un único texto, que no siempre
tiene la coherencia quizá deseada.
La
insistencia en necesitar explicaciones y más explicaciones sobre lo que se ha
visto en el Falla llama la atención y la sospecha sobre si este espectáculo de
Concurso de Carnaval hubiera necesitado una guía introductoria en el vestíbulo
del teatro, y si con ello hubiera bastado.
Se
vuelve a hablar de los límites del humor, nunca se deja esta conversación por
suerte. Lo cual significa que de forma permanente la sociedad está revisando
sus reglas morales del comportamiento hacia los otr@s.
Por el
momento seguiremos hablando de Humor y metiendo ahí dentro todo eso que
llamamos humor, un gran cajón de sastre donde, sin embargo, hay elementos muy
diferentes y diferenciados también.
Es
recurrente la idea de que el Humor no debe tener límites. Kurt Tucholsky decía
esto de la Sátira, y la diferencia es notable. La diferencia es notable porque
la finalidad previa de quien inventa el modo de hacernos reír, y el motivo de
esa risa, es fundamental. En especial cuando se habla de Carnavales.
Solemos
llamar Humor a todo, a todo lo que nos haga reír, no importa ni por qué ni para
qué. La Sátira, sin embargo, tiene una motivación previa y una finalidad
última: la Sátira es una fusta contra algo o contra alguien, por algún motivo.
¿Podemos
reírnos de todo y de tod@s? No lo sé. ¿Podemos practicar la Sátira contra todo
y contra tod@s? No lo sé. La Sátira se entiende como un ataque justificado, o
no, contra alguien poderoso y que utiliza el Poder que tiene para actuar
injustamente o injustificadamente contra otr@s o contra tod@s.
Mi idea
de lo que es el Carnaval está más cerca del ritual que de la fiesta. Lo que
conocemos hoy como Carnaval tiene unas raíces profundas y antiguas y toda una
evolución que lo ha ido acomodando a nuestro tiempo en cada momento. El origen
del Carnaval hay que situarlo en los rituales de invierno. Invierno es oscuridad,
frío y desprotección. Los rituales de invierno comenzaban con la falta de luz y
la llegada de la oscuridad, y su momento álgido estaba en los momentos más
oscuros del año. El miedo a la oscuridad porque la oscuridad estaba poblada de
malos espíritus. Esos rituales añadían luz contra las sombras y trataban de
espantar a los malos espíritus de las sombras, escondidos en las sombras, en el
Poder de las sombras; a los espíritus que amenazaban a las gentes de la
comunidad desde el Poder de las sombras y la oscuridad. Se realizaban danzas
para ‘teatralizar’ esa lucha contra las sombras y los pobladores de las sombras,
danzas en las que la comunidad resultaba vencedora, en una suerte de animismo
que significaba que si en la danza se vencía a los Poderes malignos, en la
realidad la comunidad quedaba preventivamente protegida de esos Poderes
vencidos; como si se tratara de una vacuna.
La
cristianización, o el intento de cristianización, la concentración del Poder en
las ciudades y la tecnología fueron cambiando esas sociedades, que fueron
adaptando su comprensión de las sombras y de los poderosos y los Poderes
emboscados tras ellas, así como sus “danzas rituales” que fueron evolucionando,
a lo largo de los siglos, hasta que la danza ritual cambió hacia la danza de
las palabras, que no es otra cosa que la Sátira.
La
Sátira se ha convenido en aceptarla, o no y combatirla, como un instrumento de
defensa contra un uso maligno o abusivo del Poder. “Va un tío al muelle y
rebota” nos lleva a la risa, o no, desde el puro deseo de reírnos, para lo que
usamos la comicidad. La Sátira tiene, sin embargo, una motivación y un objetivo.
Tomemos
ahora el Humor como un gran cajón de sastre, el Humor como un mecanismo que nos
lleva a la risa. Pensemos que aceptamos amablemente todo lo que se diga solo
porque va acompañado de algo tan alegre como la risa, algo tan dulce y digerible
como la risa, una risa que ¿lo justificaría todo? Porque nos gusta tanto
reírnos, porque lo necesitamos tanto, ¿podemos reírnos de todo? No lo sé, pero
creo que no. O, al menos, deberíamos atender al proceso que se abre en
nosotros: la comprensión de sobre qué nos hemos reído y por qué. Quizá tuviera
alguna importancia, en este contexto, repensar sobre la banalización de la
risa, y no porque yo quiera regresar a su ‘prohibición medieval’, sino para ser
conscientes de nuestra alegría y nuestra ética. Y para situar adecuadamente la
Sátira, la Comicidad y el Humor.
Cada
sociedad produce su propio Humor (en plural) y ese Humor denuncia a su sociedad
en su uso de la lengua y sus motivaciones para reírse. Aquí debemos tomar
reírse en el sentido de la Sátira y en el sentido de lo que para nosotros es
cómico o no. Lo cómico nos produce la risa porque encontramos una incoherencia
entre lo esperado o esperable y lo que se presenta ante nuestros ojos. Lo
esperado o esperable es lo que podríamos llamar la NORMALIDAD, lo correcto, lo
aceptado y aceptable.
Si nos
reímos de las mujeres, o cosificamos a las mujeres de una forma claramente
negativa, o banalizamos su asesinato, o nos reímos de los ‘hombres flojos’, de
los cojos, de los ciegos, de los maricones, etc., ¿en qué contexto nos reímos?
Se dice que tenemos la piel muy fina. Existe otra posibilidad de observar el
asunto, en este contexto: nos hemos vuelto más sensibles, con unos principios
éticos más claros y justos. A una nueva ética quizá le corresponda una nueva
estética. O, una estética antigua, vieja, se apoyaría en una ética antigua,
vieja.
Otra
cosa muy diferente, a la que aquí no aludo, es la corrección política y los
medios para alcanzarla. Algo siempre complicado y muy impostado. Además de
uniformizador.
Reírnos,
¿de quién? Aunque sobre todo, ¿por qué? El Carnaval, tomado como ritual, en el
marco de mi comprensión de ese ritual evolucionado, se ríe de quien actúa con
el Poder con maldad o injusticia, o de quien secunda la maldad o la injusticia.
El Carnaval se ríe también de lo puritano, de lo incoherente y contradictorio, de
lo ridículo que resulta vivir en unas normas ridículas y que atacan o niegan la
realidad de la vida, en la moral, en la sexualidad, en el uso del alcohol, etc.
Reírse
de algo es atacar su poder o su legitimidad de ser. Y luego vienen todos los
tonos grises.