Se
vuelve a hablar de los límites del humor, nunca se deja esta conversación por
suerte. Lo cual significa que de forma permanente la sociedad está revisando
sus reglas morales del comportamiento hacia los otr@s.
Por el
momento seguiremos hablando de Humor y metiendo ahí dentro todo eso que
llamamos humor, un gran cajón de sastre donde, sin embargo, hay elementos muy
diferentes y diferenciados también.
Es
recurrente la idea de que el Humor no debe tener límites. Kurt Tucholsky decía
esto de la Sátira, y la diferencia es notable. La diferencia es notable porque
la finalidad previa de quien inventa el modo de hacernos reír, y el motivo de
esa risa, es fundamental. En especial cuando se habla de Carnavales.
Solemos
llamar Humor a todo, a todo lo que nos haga reír, no importa ni por qué ni para
qué. La Sátira, sin embargo, tiene una motivación previa y una finalidad
última: la Sátira es una fusta contra algo o contra alguien, por algún motivo.
¿Podemos
reírnos de todo y de tod@s? No lo sé. ¿Podemos practicar la Sátira contra todo
y contra tod@s? No lo sé. La Sátira se entiende como un ataque justificado, o
no, contra alguien poderoso y que utiliza el Poder que tiene para actuar
injustamente o injustificadamente contra otr@s o contra tod@s.
Mi idea
de lo que es el Carnaval está más cerca del ritual que de la fiesta. Lo que
conocemos hoy como Carnaval tiene unas raíces profundas y antiguas y toda una
evolución que lo ha ido acomodando a nuestro tiempo en cada momento. El origen
del Carnaval hay que situarlo en los rituales de invierno. Invierno es oscuridad,
frío y desprotección. Los rituales de invierno comenzaban con la falta de luz y
la llegada de la oscuridad, y su momento álgido estaba en los momentos más
oscuros del año. El miedo a la oscuridad porque la oscuridad estaba poblada de
malos espíritus. Esos rituales añadían luz contra las sombras y trataban de
espantar a los malos espíritus de las sombras, escondidos en las sombras, en el
Poder de las sombras; a los espíritus que amenazaban a las gentes de la
comunidad desde el Poder de las sombras y la oscuridad. Se realizaban danzas
para ‘teatralizar’ esa lucha contra las sombras y los pobladores de las sombras,
danzas en las que la comunidad resultaba vencedora, en una suerte de animismo
que significaba que si en la danza se vencía a los Poderes malignos, en la
realidad la comunidad quedaba preventivamente protegida de esos Poderes
vencidos; como si se tratara de una vacuna.
La
cristianización, o el intento de cristianización, la concentración del Poder en
las ciudades y la tecnología fueron cambiando esas sociedades, que fueron
adaptando su comprensión de las sombras y de los poderosos y los Poderes
emboscados tras ellas, así como sus “danzas rituales” que fueron evolucionando,
a lo largo de los siglos, hasta que la danza ritual cambió hacia la danza de
las palabras, que no es otra cosa que la Sátira.
La
Sátira se ha convenido en aceptarla, o no y combatirla, como un instrumento de
defensa contra un uso maligno o abusivo del Poder. “Va un tío al muelle y
rebota” nos lleva a la risa, o no, desde el puro deseo de reírnos, para lo que
usamos la comicidad. La Sátira tiene, sin embargo, una motivación y un objetivo.
Tomemos
ahora el Humor como un gran cajón de sastre, el Humor como un mecanismo que nos
lleva a la risa. Pensemos que aceptamos amablemente todo lo que se diga solo
porque va acompañado de algo tan alegre como la risa, algo tan dulce y digerible
como la risa, una risa que ¿lo justificaría todo? Porque nos gusta tanto
reírnos, porque lo necesitamos tanto, ¿podemos reírnos de todo? No lo sé, pero
creo que no. O, al menos, deberíamos atender al proceso que se abre en
nosotros: la comprensión de sobre qué nos hemos reído y por qué. Quizá tuviera
alguna importancia, en este contexto, repensar sobre la banalización de la
risa, y no porque yo quiera regresar a su ‘prohibición medieval’, sino para ser
conscientes de nuestra alegría y nuestra ética. Y para situar adecuadamente la
Sátira, la Comicidad y el Humor.
Cada
sociedad produce su propio Humor (en plural) y ese Humor denuncia a su sociedad
en su uso de la lengua y sus motivaciones para reírse. Aquí debemos tomar
reírse en el sentido de la Sátira y en el sentido de lo que para nosotros es
cómico o no. Lo cómico nos produce la risa porque encontramos una incoherencia
entre lo esperado o esperable y lo que se presenta ante nuestros ojos. Lo
esperado o esperable es lo que podríamos llamar la NORMALIDAD, lo correcto, lo
aceptado y aceptable.
Si nos
reímos de las mujeres, o cosificamos a las mujeres de una forma claramente
negativa, o banalizamos su asesinato, o nos reímos de los ‘hombres flojos’, de
los cojos, de los ciegos, de los maricones, etc., ¿en qué contexto nos reímos?
Se dice que tenemos la piel muy fina. Existe otra posibilidad de observar el
asunto, en este contexto: nos hemos vuelto más sensibles, con unos principios
éticos más claros y justos. A una nueva ética quizá le corresponda una nueva
estética. O, una estética antigua, vieja, se apoyaría en una ética antigua,
vieja.
Otra
cosa muy diferente, a la que aquí no aludo, es la corrección política y los
medios para alcanzarla. Algo siempre complicado y muy impostado. Además de
uniformizador.
Reírnos,
¿de quién? Aunque sobre todo, ¿por qué? El Carnaval, tomado como ritual, en el
marco de mi comprensión de ese ritual evolucionado, se ríe de quien actúa con
el Poder con maldad o injusticia, o de quien secunda la maldad o la injusticia.
El Carnaval se ríe también de lo puritano, de lo incoherente y contradictorio, de
lo ridículo que resulta vivir en unas normas ridículas y que atacan o niegan la
realidad de la vida, en la moral, en la sexualidad, en el uso del alcohol, etc.
Reírse
de algo es atacar su poder o su legitimidad de ser. Y luego vienen todos los
tonos grises.
@Pablo
Martínez-Calleja, 2018
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