jueves, 20 de febrero de 2020

"COAC para perplejos"

El Concurso Oficial de Agrupaciones Carnavalescas no es más que un simulacro, un simulacro a la manera en que lo era para Platón; un simulacro en la manera en que actualizó el concepto Deleuze. Comprenderán los aficionados talibanes que sin Platón no se puede comprender a Paco Alba. Los sentidos y sencillos aficionados gaditanos saben que sin Platón…: ¡viva el que haciendo algo en el Falla se le entienda!
Sí, un simulacro de Carnaval, solo un simulacro según la entrada número 3 del Diccionario de la Real Academia Española.

Pepe Baro, uno de mis informantes discretos en Cadi, inmenso conocedor de Cadi, escribía hoy en Facebook lo siguiente: “¿Qué fue antes, las coplas o el concurso? ¡Pues eso!”. Pues eso, Platón en versión para todos los públicos, como debe ser.


La perplejidad me llegó con Vera Luque. Sus Los cadifornia dieron el paso contrario con su pasodoble. Su chirigota se alzó autoridad exigiendo respeto al orden y al buen nombre del simulacro de Carnaval que es el concurso y lanzó su diatriba contra las sátiras silvestres y asalvajadas del pueblo de Carnaval, además de mostrar que hay concurseros que tienen la piel muy fina. Incapaces de encajar burlas ni críticas. Pero el Carnaval era eso, el mundo al revés, la burla, fina o grotesca, la sátira indómita e incorregible. Hay que volver a estar de acuerdo, aunque solo sea en esto, con Caro Baroja cuando habla con desdén de un Carnaval municipalizado.

Se tiene en los mentideros, incluso en el de La cruz de la verdad, la sospecha de que se tapan las vergüenzas de la falta de creatividad con el victimismo ante unas redes sociales que cuando son favorables visten al santo que haga falta. Dedicarle un pasodoble a una cuestión más gastada que el bolso de polipiel del abuelo no aumenta la categoría del concurso, pero lo peor es aparecer como víctimas utilizando el mismo mecanismo generalizador, ya criticado, en el pasodoble de Martínez Ares con los regalos de reyes todavía sin entregar por culpa de la malvada madre. ¿No era el Carnaval burla irredenta, iconoclasta, incombustible e irreductible? Sí, y espero que lo siga siendo por el bien de todøs nosotrøs.


Las críticas, en las redes o donde sea, crecen y existen junto a las alabanzas. Las críticas son síntoma de malestares, incluso de estupidez. En simulacro de Carnaval no te quejes del que se queja de ti solo porque tú creas que lo que haces lo haces bien porque echaste los dientes en él, que quizá no sea así. En Carnaval no pasa algo parecido, y esa ciencia le falta al concurso: cuando algo no gusta, uno se coge el montante, se da uno la media vuelta y a otra esquina. Pero el concurso, porque se está sentado, porque sale en la radio y en la tele, funciona con otro dinamismo y el público queda impedido para serlo. Quien se presenta al concurso sabe eso y no debería dolerse. Quien se presenta al concurso quiere alzarse ganador. Quien desea la gloria debe estar dispuesto a la derrota. Quien quiere estar en boca de todøs, debe aceptar estarlo como las bocas quieran y dejar que le crezca el pelo de invierno como a los caballos de la dehesa.

El concurso, lo he defendido en varias ocasiones, es parte de la industria cultural del Carnaval de Cadi, y lo es de manera absolutamente legítima. Asegura el empleo y los ingresos de un número creciente de personas y es parte de la Cultura del Carnaval de Cadi. Con esa responsabilidad, diría yo, hay que acometer también la realidad completa de ese concurso, y también la de su creatividad, y examinar si las normas del concurso favorecen o limitan la creatividad que haga al concurso más y más atractivo, en sentido cultural y en sentido económico. El Falla es un factor fundamental de la vida de Cadi y el victimismo no le hace bien al Falla.

©Pablo MtnezCalleja, 2020

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