lunes, 19 de octubre de 2015

"Juanita Calamidad"

Por primera vez me sentaba en el patio de butacas del Falla. No había habido ocasión porque viajo a Cádiz siempre con el tiempo justo. Fila 6, butaca 5; patio de butacas.
Llegó la voz en on y el público aplaudió con su primer fervor. Los móviles continuaron titilando hasta que se levantó el telón.

Se levantó el telón y supe que disfrutaría en cuanto vi la butaca de orejas estilo lejano oeste: ¡Calamity Jane estaba allí! Sí, claro, en las tablas de un teatro siempre puede pasar de todo, incluso que Molière se muera en la escena por ir vestido de amarillo.
Que lo pasaría bien también lo pensaba porque las Chirigóticas tienen esa ‘poca vergüenza gaditana’ que, a la manera de la Commedia dell’Arte, puede formar a un actor con solidez contundente. Ay, el Carnaval, el Carnaval de Cádiz. ¿Otra vez con el Carnaval de Cádiz? Pues sí, otra vez con esa inagotable fuente de arte e inspiración. Sí, las Chirigóticas son el puente, quizá no el único pero uno muy alto y muy largo, entre el Carnaval y los nuevos formatos (escénico, artístico) que el Carnaval debería poder alumbrar.

No me olvido que el texto es de Antonio Álamo, pero mi intuición descree de la ficha técnica de la obra y estoy seguro de que la interacción y el trabajo común han terminado por ofrecernos ese texto chirigótico callejero y asilvestrado, que también le sirve a Alejandra López para realizar un maravilloso trabajo. Por un lado su damisela apocadita y formal, que como una verdadera mariposa guarda en ella al gusanito menos pequeñoburgués, pero muy real. Magnífico trabajo actoral, en mi opinión, teniendo en cuenta su representación de dos personajes de mucho peso, y que no presentaron contaminación del uno en el otro.


Hubo crítica contra las costumbres sociales, contra los clichés y plantillas de comportamiento, gracias a una madre, estupendo trabajo de Teresa Quintero, que combinaba con una vecina, mujer contradictoria y poco cabal. También imprescindible en esta obra.

Disfrutamos de teatro y de lírica teatral, fuera con la luna, fuera de la mano de nuestro Miguel Hernández, en una reescritura de las Nanas de la cebolla que me dejó perplejo por su actualización y su contemporaneidad poética. No iba a haber ñoñerías, ni con la damisela de gasas y pamela ni con la idealización de una maternidad solo alegría y miel sobre hojuelas. Un texto valiente, en muchos sentidos. Como las burlas hacia “la marcha atrás”, seguramente menos abolidas en las prácticas sexuales de lo que deberían. Un espectáculo, creo, que incluso atravesó las tramas de Moncho Borrajo.


A cargo de Ana López corrió la carga dramática del espectáculo teatral. Una Juanita que es una calamidad, llena de contradicciones, con buenos propósitos y pocas posibilidades de salir de una vida de cuitas, fácilmente visible gracias a la aparición de su madre y su trato con ella. Seguramente, una llamada al respeto y al amor entre padres e hijos, y a una confianza más profunda. Una Juanita contradictoria, una Juanita con poca formación, una Juanita entre las corrientes de una vida llena de solicitudes y de las que no puede mantenerse tan alejada como ella misma, quizá, quisiera.
Una Ana López que no solo fue dramática en su desesperación dramática, con una estética ochentanoventera, con mucho sabor a Sastre y a los que, de alguna manera, bebieron en él; incluido seguramente el buen Almodóvar.

©Pablo Martínez-Calleja, 2015





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