martes, 11 de marzo de 2014

Empecemos por el final

Porque por el principio es imposible. En la vida atribulada de Cádiz, recorriendo el carnaval por sus calles como el que, a toda velocidad, desciende un alambique como si fuera un tobogán es imposible sentarse a escribir nada. Tomar nota y notas sí, o grabarlas cuando pluma y papel no aportan las condiciones de velocidad y eficiencia que la actividad impone.  Hay tanto que ver, que escuchar, que preguntar: hay tanto que aprender.

Necesito mirar ahora hacia atrás y ver lo que se me ha ido alojando en el alma, entre las arrugas de la piel y en el corazón cada vez que salía de la casa, a la que siempre regresaba cargado de impresiones, de fotos, de informaciones, de sorpresas.

Me he topado con gente amable, con la excepción de una única persona. Estoy pensando en personas anónimas que me contaron muchas cosas para mí desconocidas, gente sencilla de Cádiz que sabe de su ciudad y de su tradición; pude hablar con Marta Ginesta, que me dio un par de apuntes por donde podré seguir; empecé a conversar, sin saberlo, con el mismísimo hijo de Macía Rete.

Venir a Cádiz fue disfrutar de la ocasión de conocer a Pepe Trola en el aeropuerto de Barcelona. Todos esperábamos nuestro turno para subir al avión pero él estaba muy ocupado, porque su tiempo es oro. Mientras todos hacíamos cola, él, pum, pum, pum, del tirón, se puso delante, con su chaqueta gris clarito de lana, bien entallada, bien marenga, y para disimular se puso a silbar. Ustedes pensarán que he leído demasiado a El Selu, pero si no tengo las fotos, o un vídeo, es solo porque esas vivencias dan para vivirlas y no para filmarlas.
No cabía en mí de gozo, debo admitirlo, por haber encontrado al personaje como persona, quizá personaje de sí mismo. Más tarde, saliendo desde una perpendicular, encontraría en la calle Ancha a “Yo, lo que diga mi mujer” y tuve que volver a sonreír.

Llegué a Cádiz por una casualidad alemana que debo explicar, ahora que tanto hablamos de un país del que, con todo respeto, tan poco sabemos y menos entendemos (no se puede fácilmente). Un catedrático, conocido, me pidió en amistad que atendiera a una colega que llegaría desde Cádiz; ella y su familia. Intenté hacerlo, y en eso estábamos cuando les hablé de mi admiración por El Selu.

Javier Benítez fue, desde ese momento, mi informador y del que todos mis hallazgos dependen y dependerán, sean los que sean. Él, con ojo limpio y con cariño, me ha ido mostrando caminos de acercamiento a estas fiestas de invierno que son fiestas de lengua. De cada uno de sus comentarios se ha ido abriendo una nueva línea de averiguaciones, el descubrimiento de otra chirigota, el encuentro con alguien que me llevaría a otro alguien, y el puzzle se iba formando para presentarse ante mi vista una imagen que iba cobrando contornos de comprensión y, por ello, de mayor felicidad y disfrute.

Así me pude hacer a la calle, a preguntar esa pregunta tan simple y que tanto nos servirá. Mi vocabulario del carnaval iba aumentando, mi conocimiento de su tradición, y hasta su historia, no cesaba. Entré en una espiral tal que yo mismo me sorprendía de los resultados de la inmersión.


No ha habido aportación pequeña. Desde el primero hasta el último de los que me han ofrecido su conversación, me han mostrado una nueva vía, una nueva cara de la realidad poliédrica que es el carnaval.

Pero que nadie se aflija que no vamos a mandar imprimir un tocho que todos quieran tener en su sala de estar y nadie desee leer. Lo que hagamos con tanto será, desgraciadamente, muy poco. Una didactización del carnaval para usos exclusivamente didácticos en la clase de Español como lengua extranjera y sus culturas.

A Cristina, a Javi, a sus hijos y a sus padres, vaya desde aquí mi más sincero agradecimiento y mi inmenso cariño a todos ellos.

© Pablo Martínez-Calleja, 2014


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