domingo, 21 de enero de 2018

“Un perro andalú”. Una comparsa con prospecto y pregunte al farmacéutico

Premisa. Concurso y Carnaval

Como hemos dicho hasta la saciedad, se presenta necesario, muy necesario, diferenciar entre Carnaval y Concurso en el Falla. Incluso cuando en las calles no todo sea Carnaval silvestre, incluso salvaje, y haya un Carnaval callejero con consecuencia económicas, comercial o comercializable.

Esta diferencia es fundamental para percibir, comprender y juzgar; porque siempre juzgamos, y desde ese juzgar nos decimos: me ha gustado; no me ha gustado. Luego, quizá, nos preguntamos por qué y vamos buscando los porques.

Vamos a la calle, nos paramos ante una agrupación: nos gusta, nos quedamos; no nos gusta, nos vamos. En un teatro la cosa es muy de otra manera. Se ha pagado una entrada y que pretende que ese dinero aseguraba las propias expectativas de placer audiovisual. A esto se le suma que, al haber pagado, lo que venga tiene que gustar, más o menos: no se va a cualquier sitio con el propio dinero. Se olvida, sin embargo, que ir a un teatro es un experimento, es una aventura y una gran sorpresa.

Además, en el teatro, sentados, y habiendo pagado, no se puede mover el público tan fácilmente como en la calle, donde basta con darse la vuelta, simplemente, y a otra cosa.

El teatro entroniza, da importancia a lo que allí se presenta. Y mucho público parte de la idea de que lo que salga tras todo telón es algo digno de esa casa de teatro, en principio.
Claro, aquí se amplían las posibilidades, y el público experimentado y sabio, sabe que pueden salir maravillas o verdaderas mierdas. O algo más intermedio: intentos, experimentos, que gustan o no gustan; que se han hecho bien o que se han hecho mal; que tienen un verdadero sentido o que no lo tienen. Este es un público que, sin embargo, ha perdido el coraje de levantarse y largarse cuando algo no le gusta verdaderamente. Sin arremeter contra nadie sino simplemente expresando la opinión de que lo visto no convence, en sus diversas intensidades.

Por último, quizá, está el publico aleccionado, en dos formaciones. La hinchada incondicional y el público manso que se deja explicar.

El Carnaval ha producido una industria cultural, y como tal industria cultural es deseable y justo que aparezca la crítica.



“Un chien andalou”

La película, de 1929, escrita por Luis Buñuel y Salvador Dalí, y dirigida por el primero, se estrenó en París con un gran éxito. Aunque haya una cierta discusión sobre si el título hubiera sido otro, que finalmente no fue, parece que la muy atribulada amistad entre Buñuel, Dalí y Lorca tuvo que ver, y que como lo mismo Dalí que Buñuel se las gastaban incluso violentas, atizaron a Lorca diciéndole perro, aunque ¿quizá fuera en un modo histriónico? Difícil de saber
Habría que poner en contexto a los personajes. Buñuel fue, a ojos de muchos, lo que hoy llamaríamos un macho-alfa, desabrido en su trato con no pocas personas. Dalí era un ser muy complicado, con una sexualidad complejísima que le hacía sufrir en su identidad. No era su único problema con su identidad. Salvador Dalí fue el segundo Salvador Dalí. Su hermano mayor murió y al nacer nuestro Dalí fue bautizado Salvador por sus padres, del que tenían su foto a la vista y al que visitaban regularmente en el cementerio.

La relación epistolar entre Dalí y Lorca desvela una pasión amorosa que nunca, parece, llegó a celebrarse.
Lo mismo Buñuel que Dalí desestimaban la producción estética de Lorca, del mismo modo que a Lorca no terminaba de interesarle, al menos, Buñuel.
Y sin embargo se mantuvieron ¿amigos?


En lo referido a la comparsa de Martínez Ares en el Falla, el ojo hay que ponerlo en si “Un chien andalou” dice, menciona o refiere de algún modo, por sutil que fuera, lo andaluz o Andalucía. La respuesta creo que seria un no. Si Lorca hubiese nacido en Redondela, en lugar de en Granada, la película pudiera haberse titulado “Un perro gallego” o “Un congrio gallego”.


El victimismo como factor teatral

No cabe ninguna duda acerca de la postración en que se ha venido manteniendo a la población andaluza, a lo que hay que añadir que no ha sido la única población de las Españas escondida por las clases dominantes. Pensemos en la postración a la que han sido condenados los gallegos, por ejemplo. O pensemos en Extremadura, hasta hoy castigada a vivir en el aislamiento ferroviario, por ejemplo. Y recordemos que Luis Buñuel realizó el reportaje que rescató del olvido y de la vida prehistórica a los extremeños: “Tierra sin pan. Las Hurdes”. Esto me lleva a pensar que no encuentro ningún motivo para encontrarle a “Un perro andaluz” ni el más mínimo menosprecio hacia lo andaluz o hacia Andalucía.

Por esto me llama la atención el deseo de establecer un puente entre “Un perro andaluz” y un supuesto derecho a convertirse en el perro que ahora ladra y muerde de Martínez Ares. Parece ingenioso el punto de partida, al mismo tiempo que peligroso, porque establece una relación completamente falta de realidad y de verdad.
Cuando Martínez Ares dice a la prensa que Lorca, a su regreso de Nueva York, anunció que él mismo era el perro andaluz es algo que parece, a mi entender, totalmente ajeno al contexto real y veraz que podría relacionar la cita y la película de Buñuel y Dalí, con la situación de Andalucía.

Esta comparsa es cómo nos ven y no cómo somos”. Mi pregunta sería cómo nos ve quién. ¿”Los del norte”? El norte es muy grande, en territorio y en número de personas. Y los tiempos han cambiado algo, no digo que tanto, desde luego. Todavía en mi niñez lo andaluz estaba asociado a lo gitano; y lo gitano estaba asociado a lo desviado, inmoral y peligroso, cuando no a lo delincuente o criminal. Este es el racismo que rezuma en nuestras sociedades. La española no se escapa, tampoco, de comprender a todos los otros desde el cliché y el prejuicio como explicación de cómo son. Llama la atención que el perro de Martínez Ares se duela del cliché y luche contra el prejuicio hablando en cliché y en prejuicio. Y dejamos las dos Españas para otro momento.

No creo que para combatir los prejuicios destructivos se deba utilizar precisamente el cliché, que encadena a los otros. Y creo que sería justo decir, una vez más, que la España franquista impuso varios de los elementos de la cultura andaluza como la cultura española, en una suerte de dictadura cultural que otros tuvieron que ‘sufrir’.

Sería bueno dejar de echar cuentas y acudir a la asertividad. No hemos recompuesto todavía el desastre de la dictadura en todos sus aspectos y deberíamos hacerlo, todos, con comprensión y empatía. Y exigiendo lo que es nuestro de cada uno. Si esa exigencia se puede formular con:

„Cuidao, cuidao conmigo, que vengo que muerdo, que vengo que muerdo.
Que traigo la furia más loca, la sangre en la boca, la rabia en el cuerpo.
Ha nacío un nuevo día, sigo siendo el mismo perro, el perro de Andalucía,
vengo, vengo, vengo, vengo que muerdo.“,
no lo sé, pero lo pongo en duda. Es efectista, eso sí, puede resultar como artefacto escénico. Pero este teatro que es el Concurso del Carnaval es claramente político, como todo teatro y todo Carnaval. No apelo a la corrección de ningún modo, asisto perplejo ante lo que oigo. Y me hace ruido el momento histórico, para estas declaraciones políticas, cuando es en la propia Andalucía donde se practica una política contra los andaluces. ¿Son los del norte los que expulsan de sus vidas a tantos andaluces que vuelven a verse obligados a emigrar? ¿O es un gobierno incapaz o ideológicamente orientado quien conduce a la pobreza y al desastre a toda la sociedad, incluidos los andaluces?
El discurso del ladrido desesperado y la boca llena de sangre es un discurso afrentoso, violento, de reacción, mucho más cercano al de Luis Buñuel que al de Federico García Lorca, tengo la impresión.

Aunque en relación a los clichés y los prejuicios no deberíamos olvidar, tampoco, que para esta comparsa Rajoy es “gallego”.


El forillo

El forillo es otro de los elementos importantes en un teatro de Concurso de Carnaval. Una simbología que no es nada fácil de desentrañar, por varios motivos. Entre otros porque es un Concurso de Carnaval. Hay varias casetas, si se cuentan son ocho. El problema está en que son demasiadas cosas las que se presentan encriptadas en una sola, y que el cerebro humano no da para tantos elementos. Hay que atender a una música que desacostumbradamente no fluye y a unas cuartetas que en realidad son ininteligibles, mucho más parecidas a un “cadáver exquisito” que a unas coplas de Carnaval, si es que lo son. Todo esto, sobre todo la inmensa cantidad de pretendidos símbolos, hace muy difícil, o imposible, poder estar a todo.

Voy a empezar por ver en el forillo a Alberto Sánchez, un pintor que no ha sido citado hasta ahora por el farmacéutico ni por nadie. Él trabajó para La Barraca e hizo cosas como estas, desde las que miro hacia el forillo y digo ¡ah!







La puerta del infierno. Al margen del patetismo que se quiere expresar con esa boca de comic, no sé si todo el mundo la identifica con ninguna otra cosa que con el perro al que se canta, y del que se va ganando, el público, una imagen en su propia cabeza, ayudado por esa imagen. El farmacéutico nos dice que es la imagen del diablo. Bueno, porque lo dice el farmacéutico. “La boca del infierno” la vamos a encontrar en El Bosco



o en “La tentación de San Antonio”



Aunque debo confesar que yo le he dado algunas vueltas de detective, y que lo que estaría al alcance de TODOS nosotros sería pensar en el perro que ocupa el escenario.

Por último, por pura fascinación y deseo de contar, les proponemos esta imagen que entendemos muy interesante.




Quiero suponer, claro está, que todas estas búsquedas no vayan a ser las del crítico al que luego le dice el artista: - ¡Vaya con lo que has encontrado y yo no había puesto!

A tener en cuenta que si Despeñaperros es la puerta del infierno, el discurso político es claramente osco, violento y de rechazo. Que guste o no es otro asunto. Y que plantea una situación de lucha y resistencia que me pregunto hasta dónde quiere llevar su autor y si su público, y el público en general, comprende y comparte.


El tipo

El tipo es claramente barroco, o más que barroco churrigueresco. Una suma de todas las cosas posibles y no sé si todas son exclusivas de una visión hacia Andalucía y hacia lo andaluz, cuyos elementos serían (yo no lo creo) los atributos de un desprecio solo hacia lo andaluz. Cuando Machado, Antonio, escribe desde Soria y habla de la España oscura porque le han quitado el candil, no solo piensa en Andalucía. Piensa en toda la España condenada al atraso y atrapada en la religión y la superstición. En Soria tendría Machado la ocasión de ver otra España insistentemente ruralizada y mantenida en el atraso.

Hay en el tipo, como en otros espacios de este espectáculo, aparentes contradicciones como la del manto. Un manto que yo identifiqué, aun no siendo de Cádiz, como un manto religioso. Vi mantos muy similares en el desierto de Atacama, en los conocidos como bailes religiosos, y que no son otra cosa que un Carnaval fagocitado por el catolicismo.

Los poetas y autores que se nombran como inspiradores de esta comparsa comparten el hecho de que la religión es un lastre, aunque lo compartan con diferentes intensidades. Desprenderse al final del manto no lleva a pensar, en mi opinión, que esos “perros” se desprendan del manto, y que incluye todo un significado de atraso y dominación del pueblo andaluz. Aunque no solo del andaluz, y que no solo los andaluces comprenden, si pueden comprender.


La mujer en “Un perro andalú”

Para seguirle la pista al lugar que le queda a la mujer en todo este berenjenal he partido de la entrevista que le hicieran a Martínez Ares en eltercerpuente.com:

“Cádiz sigue siendo la gran fémina para mí, sigue siendo esa madre, esa compañera, esa amante, la simbolizo y personifico en una mujer y es la gran pasión que tengo y la razón por la que hago carnaval.”

No sé cuántas mujeres se sienten identificadas con este rol, por otra parte muy asumido por un amplio espectro social, aunque un concepto de ninguna manera universal. Pero tampoco sé cuántos varones aceptan y abrazan este rol para la mujer. Tengo la impresión de que se nos presenta una idea de la mujer perteneciente a ese pozo añejo de valores contrarreformistas católicos,  por supuesto muy respetables, con el que se levantó la caseta en la que estamos hoy. Un concepto contradictorio de la mujer, más como concepto que como persona. Y un concepto que es motor de eso que Freud llamó "malestar en la Cultura".
Por cierto que yo mismo he sido el primer sorprendido al verme preguntándome y conectando esa idea de la mujer con el problema de Salvador Dalí de no saber qué hacer con la mujer, en cualquiera de los planos de su vida. Buñuel lo tenía más claro. Lorca lo tenía definido.


La comparsa completa como espectáculo

De la lectura detallada de las letras de la comparsa comprendo por qué era difícil de entender lo que cantaban. No se trata de su complejidad, se trata más bien de una suma infinita de elementos imposible de comprender en los veinte minutos que dura la actuación. De esto mismo se deduce la necesidad de explicaciones, pero que curiosamente llegan en un ambiente de incomprensión por parte de muchos aficionados al Concurso. Se presenta la necesidad de explicar qué es la obra, qué dice la obra, qué representa la obra. Hasta el punto de tener que decir que “es como nos ven, no como somos nosotros”.

Antes de la actuación de la comparsa, los comentaristas de Onda Cádiz televisión leyeron, literalmente, una breve nota explicativa de la obra que íbamos a ver, realmente chocante. Algún periódico se lanzó a nutrir al público de explicaciones, después de la noche del Falla, sobre los detalles de la comparsa, aunque no siempre con la exactitud ni con la extensión que sería de esperar.

Hay comentarios, muchos, de insatisfacción, que intentan ser combatidos . Pero esto es un Concurso de Carnaval, se dicen muchos aficionados, que se sienten mal por incapaces de comprender lo que siempre se comprendió: su Concurso de Carnaval, las letras, su música, sus tipos.

En las casas de teatro y de ópera de toda Europa se organizan guías de introducción de espectáculos para que, aun siendo de sobra conocidos y aparecen en todos los prontuarios teatrales, el público pueda acercarse sin gran dificultad a lo que verá sobre el escenario. Pero esto es Concurso de Carnaval. Y sí, desde luego que se pueden hacer esas guías de un cuarto de hora antes de la función, pero hay que hacerlas si se quiere ser entendido.

Hay un problema añadido. Quizá es que los textos no sean tan sencillos de comprender, porque quizá se parezcan más a un “cadáver exquisito”, en los que no necesariamente todo resulta comprensible. Las cuartetas, las frases, están sumadas. Se dicen muchas cosas, se quieren decir muchas cosas. Otra asunto es si resulta siempre comprensible el discurso como un continuum. Si no hay demasiadas ideas dentro y no del todo ordenadas según la costumbre.

Un “cadáver exquisito” es un juego, surrealista, para crear de un modo colectivo, y en el que el resultado final puede revelarse hilarante. Se toma un papel, se escriben unas palabras y se dobla. El siguiente escribe y vuelve a doblar. Así sucesivamente. A veces el tema es libre. Otras veces se da el tema, lo que resulta más orientador al llegar al final. Por fin, se desenvuelve el papel y se lee de una forma continuada, como si fuera un único texto, que no siempre tiene la coherencia quizá deseada.

La insistencia en necesitar explicaciones y más explicaciones sobre lo que se ha visto en el Falla llama la atención y la sospecha sobre si este espectáculo de Concurso de Carnaval hubiera necesitado una guía introductoria en el vestíbulo del teatro, y si con ello hubiera bastado.


©Pablo Martínez-Calleja, 2018

Pincha si quieres ver el último libro publicado por este autor: "De los besos. Abreviaciones".

jueves, 11 de enero de 2018

El Humor, la risa, y el respeto a quien lo merece

Se vuelve a hablar de los límites del humor, nunca se deja esta conversación por suerte. Lo cual significa que de forma permanente la sociedad está revisando sus reglas morales del comportamiento hacia los otr@s.
Por el momento seguiremos hablando de Humor y metiendo ahí dentro todo eso que llamamos humor, un gran cajón de sastre donde, sin embargo, hay elementos muy diferentes y diferenciados también.

Es recurrente la idea de que el Humor no debe tener límites. Kurt Tucholsky decía esto de la Sátira, y la diferencia es notable. La diferencia es notable porque la finalidad previa de quien inventa el modo de hacernos reír, y el motivo de esa risa, es fundamental. En especial cuando se habla de Carnavales.
Solemos llamar Humor a todo, a todo lo que nos haga reír, no importa ni por qué ni para qué. La Sátira, sin embargo, tiene una motivación previa y una finalidad última: la Sátira es una fusta contra algo o contra alguien, por algún motivo.

¿Podemos reírnos de todo y de tod@s? No lo sé. ¿Podemos practicar la Sátira contra todo y contra tod@s? No lo sé. La Sátira se entiende como un ataque justificado, o no, contra alguien poderoso y que utiliza el Poder que tiene para actuar injustamente o injustificadamente contra otr@s o contra tod@s.

Mi idea de lo que es el Carnaval está más cerca del ritual que de la fiesta. Lo que conocemos hoy como Carnaval tiene unas raíces profundas y antiguas y toda una evolución que lo ha ido acomodando a nuestro tiempo en cada momento. El origen del Carnaval hay que situarlo en los rituales de invierno. Invierno es oscuridad, frío y desprotección. Los rituales de invierno comenzaban con la falta de luz y la llegada de la oscuridad, y su momento álgido estaba en los momentos más oscuros del año. El miedo a la oscuridad porque la oscuridad estaba poblada de malos espíritus. Esos rituales añadían luz contra las sombras y trataban de espantar a los malos espíritus de las sombras, escondidos en las sombras, en el Poder de las sombras; a los espíritus que amenazaban a las gentes de la comunidad desde el Poder de las sombras y la oscuridad. Se realizaban danzas para ‘teatralizar’ esa lucha contra las sombras y los pobladores de las sombras, danzas en las que la comunidad resultaba vencedora, en una suerte de animismo que significaba que si en la danza se vencía a los Poderes malignos, en la realidad la comunidad quedaba preventivamente protegida de esos Poderes vencidos; como si se tratara de una vacuna.

La cristianización, o el intento de cristianización, la concentración del Poder en las ciudades y la tecnología fueron cambiando esas sociedades, que fueron adaptando su comprensión de las sombras y de los poderosos y los Poderes emboscados tras ellas, así como sus “danzas rituales” que fueron evolucionando, a lo largo de los siglos, hasta que la danza ritual cambió hacia la danza de las palabras, que no es otra cosa que la Sátira.

La Sátira se ha convenido en aceptarla, o no y combatirla, como un instrumento de defensa contra un uso maligno o abusivo del Poder. “Va un tío al muelle y rebota” nos lleva a la risa, o no, desde el puro deseo de reírnos, para lo que usamos la comicidad. La Sátira tiene, sin embargo, una motivación y un objetivo.


Tomemos ahora el Humor como un gran cajón de sastre, el Humor como un mecanismo que nos lleva a la risa. Pensemos que aceptamos amablemente todo lo que se diga solo porque va acompañado de algo tan alegre como la risa, algo tan dulce y digerible como la risa, una risa que ¿lo justificaría todo? Porque nos gusta tanto reírnos, porque lo necesitamos tanto, ¿podemos reírnos de todo? No lo sé, pero creo que no. O, al menos, deberíamos atender al proceso que se abre en nosotros: la comprensión de sobre qué nos hemos reído y por qué. Quizá tuviera alguna importancia, en este contexto, repensar sobre la banalización de la risa, y no porque yo quiera regresar a su ‘prohibición medieval’, sino para ser conscientes de nuestra alegría y nuestra ética. Y para situar adecuadamente la Sátira, la Comicidad y el Humor.

Cada sociedad produce su propio Humor (en plural) y ese Humor denuncia a su sociedad en su uso de la lengua y sus motivaciones para reírse. Aquí debemos tomar reírse en el sentido de la Sátira y en el sentido de lo que para nosotros es cómico o no. Lo cómico nos produce la risa porque encontramos una incoherencia entre lo esperado o esperable y lo que se presenta ante nuestros ojos. Lo esperado o esperable es lo que podríamos llamar la NORMALIDAD, lo correcto, lo aceptado y aceptable.
Si nos reímos de las mujeres, o cosificamos a las mujeres de una forma claramente negativa, o banalizamos su asesinato, o nos reímos de los ‘hombres flojos’, de los cojos, de los ciegos, de los maricones, etc., ¿en qué contexto nos reímos? Se dice que tenemos la piel muy fina. Existe otra posibilidad de observar el asunto, en este contexto: nos hemos vuelto más sensibles, con unos principios éticos más claros y justos. A una nueva ética quizá le corresponda una nueva estética. O, una estética antigua, vieja, se apoyaría en una ética antigua, vieja.

Otra cosa muy diferente, a la que aquí no aludo, es la corrección política y los medios para alcanzarla. Algo siempre complicado y muy impostado. Además de uniformizador.

Reírnos, ¿de quién? Aunque sobre todo, ¿por qué? El Carnaval, tomado como ritual, en el marco de mi comprensión de ese ritual evolucionado, se ríe de quien actúa con el Poder con maldad o injusticia, o de quien secunda la maldad o la injusticia. El Carnaval se ríe también de lo puritano, de lo incoherente y contradictorio, de lo ridículo que resulta vivir en unas normas ridículas y que atacan o niegan la realidad de la vida, en la moral, en la sexualidad, en el uso del alcohol, etc.

Reírse de algo es atacar su poder o su legitimidad de ser. Y luego vienen todos los tonos grises.


@Pablo Martínez-Calleja, 2018

miércoles, 20 de diciembre de 2017

El Selu en el ojo de la polémica

(Y haga cada uno lo que le dé la gana, pero tod@s, la gana que cada uno tenga. Y el mismo respeto, consideración y libertad de expresión para tod@s.)

El crítico que escriba para ensalzar o hundir a alguien no es un crítico sino un palanganero. Pocas veces, quizá, se diga esto, aunque quizá deberíamos repetirlo más.
Criticar no es poner de vuelta y media a nadie, al menos no en mi concepto. Como crítico, como escritor, lo que llego a publicar son cosas que escribo para mí mismo, muy personalmente, para comprender y madurar sobre lo visto, oído, leído.


Lejos de dedicar este texto a El Selu y a toda su tropa, a quienes admiro y con quienes me unen respeto y cariño personales, además de dos noches completas siguiendo todos sus pasos, está dedicado a un hecho, a un hecho concreto y a un hecho que pueda haber realizado cualquiera o cualquiera pudiera acometer. Más aun, está más dedicado a l@s criticon@s y a los defensores ciegos y a los argumentos sordos que al mismo Selu.
No me meto en ningún jardín, creo que es mi responsabilidad intelectual escribir también esta crítica que me ayude a comprender lo ocurrido y que quiero compartir para el caso de que alguien quiera navegar conmigo, aun cuando en algún momento decida que en el próximo puerto se vuelve a tierra, algo mucho más seguro siempre. La industria del Carnaval, todavía bisoña, necesita ganar en experiencia, por ello la crítica se torna importante, necesaria.


No es lo mismo ser electricista, carpintero, albañil o dependiente de una mercería que ser intelectual o artista, permítaseme esta última expresión. No somos mejores ni más guapos, solo tenemos otro oficio, y las responsabilidades que le van parejas. Nadie acude a un espectáculo por el técnico de sonido sino por el cantante. Nadie va a la lectura o presentación de un libro por el carpintero que arregla las sillas del local. Nadie va a cenar a un restaurante solo porque sabe que su fontanero de guardia es ‘Pepe el Manco’ para el caso de que se atasque el retrete.

Del cómico siempre se resaltó su independencia respecto al Poder y a los Poderosos. En el acervo cultural están las expresiones que describen a quién se pliega a unos deseos ajenos a su conciencia solo por dinero. Siempre una discusión complicada, pero cada palo debe aguantar su propia vela. La libertad, si lo es, es para tod@s y para todo.

Naturalmente que los intelectuales y artistas, los cómicos, necesitamos trabajo y que nos lo paguen, sobre todo, y que nos lo paguen con decencia, cosa no tan sencilla. Pero tenemos nuestras responsabilidades, una de ellas es la coherencia. ¿Por qué? Porque nuestra opinión puede llevar a dejarse llevar a gentes menos avisadas que han puesto en nosotros su confianza, y hemos ganado esa confianza gracias a nuestra coherencia, a nuestra claridad en nuestra expresión de nuestras opiniones. ¿Les gustan nuestras canciones pero no nuestras opiniones políticas? Estupendo, pero eso será porque dejamos clara nuestra música y dejamos claras nuestras opiniones políticas. En cada momento. ¿Jugamos a guardar y nadar la ropa? Mal asunto, nos prestamos a manipular, y a ser manipulados. De Jorge Luis Borges todo el Mundo parece tener claro que le gusta su Literatura, pero su "bienvenida al Gobierno de Caballeros" le gusta, hasta hoy mismo, algo menos. Aunque luego de aquella afirmación recibiera en su propia casa a las Madres de la Plaza de Mayo

No es nueva la discusión, sino vieja; antigua. ¿Un médico puede curar a uno que no sea de su cuerda? No solo puede, tiene la obligación de hacerlo. Otra cosa es si utiliza su prestigio de buen médico para conducir a las gentes a abandonar el tratamiento contra el cáncer y empezar a tomar unas yerbitas que van muy bien. Consciente o inconscientemente. Ahí está la responsabilidad del intelectual o del artista.

¿Es lo mismo dar una conferencia para un partido político que para una universidad? Pues no, lo podemos leer hoy mismo en los periódicos. Dar la misma conferencia en una institución independiente o en una fundación perteneciente a un partido político puede llevarle a un juez, por ejemplo, a ser recusado o no. A dejar de ganar un sueldo, para entendernos.
Así de importante es lo que hagamos cuando por nuestro prestigio de intelectuales o artistas se nos ofrece un trabajo. Lo amargo es que podremos tener que decir que no. ¿Es amargo? Es amargo no recibir el cheque en el banco, claro, pero todos los otros cheques que sí llegan, si llegan, llegan porque nuestra ‘honestidad intelectual’ nos permite alcanzar el prestigio, el que sea, que nos los trae hasta nuestra cuenta.
Y a nadie nos han obligado a ser intelectuales o artistas. Lo somos, simplemente. Es mucho más fácil que alguien se vea obligado a ser electricista o albañil.

Quede claro que, por supuesto, cada quien tiene derecho a apoyar con su prestigio a quien quiera, pero no a jugar a la duda y la imprecisión ante la sociedad. Simplemente porque la sociedad tiene su libertad para el castigo, tan legítimamente.

El perfume de nuestra reputación, ¿para qué lo queremos emplear? ¿Qué nos queremos permitir hacer con nuestro prestigio social? ¿Hasta dónde podemos llegar? Cada quien tomará sus propias decisiones y el resto del Mundo las suyas propias. El prestigio es un instrumento y puede serlo de manipulación. Es necesario ganar esta conciencia y asumir esta responsabilidad.

¿Se puede hacer todo “por el pan de mis hijos”? Esta es la pregunta-lección que lo sucedido nos puede responder y ayudar a crecer, a ser más justos con todos y con nosotros mismos. ¿Nos acordamos de lo sucedido en el canal de televisión de Valencia? ¿Y de las lágrimas de cocodrilo de quienes habiendo manipulado todo lo manipulable se justificaban luego, después del grave daño, que tenían que defender el pan de sus hijos? ¿Vale todo?

¿Vale también el ataque contra los que criticaron la presencia de la Chirigota en Barcelona? ¿Contra la revista Mongolia? Yo creo que no. Yo creo que no vale todo y que es fundamental que comprendamos que existen unos límites, los de nuestra responsabilidad por lo que somos y representamos. Por cierto, esos límites son los de la libertad de los otros, que siempre somos nosotros mismos.

¿Defenderían con igual reverencia a El Selu si cantara sus coplas para cualquier partido? ¿Para cualquiera? Esta es la prueba del algodón en el contexto concreto que nos ocupa. Y la respuesta a esta pregunta es la respuesta del millón, la que nos indicará que sí hay límites, límites comunes, generalmente entendidos, generalmente compartidos. Aunque sea más o menos.

Tendríamos que hablar de si el Carnaval es fiesta y la fiesta de la risa, solo, pero mientras sigamos afirmando que el Carnaval de Cadi es el Carnaval de la Palabra, el Periodismo Cantado y queramos seguir viviendo en esa satisfacción, al periodismo le obligan varias cosas que hay que tener en cuenta. Y al Carnaval, si es Carnaval, y es crítica, hay que preguntarle, al Carnaval, si se puede vivir tan cerca del Poder o no. De derechas o de izquierdas, este no es el asunto.
Atendiendo a la diversidad intrínseca del Carnaval sería bueno, también, que quedara claro quién vive en el Carnaval como una simple fiesta para la risa y quien vive en el Carnaval como la fiesta de la crítica y la fusta contra el poderoso y sus abusos.


Y haga cada uno lo que le dé la gana, pero tod@s, la gana que cada uno tenga. Y el mismo respeto, consideración y libertad de expresión para tod@s.

©Pablo Martínez-Calleja, 2017