Igual
que hubo un tiempo en el que el filósofo (Ortega y Gasset) se hacía amigo de un
torero (El Gallo), hoy el Filósofo de quien tiene que ser amigo es de El Selu.
Sus chirigotas, y no pensemos solo en su texto, su música y su escenificación
teatral, deben su éxito a su gente tanto como a él mismo. En lo que quiero
destacar eso que vengo oyendo sobre que todos ellos son amigos: una palabra que
no es necesario explicar.
Llegué
al Carnaval de Cai por internet, topé con “Los enteraos” y me quedé en el
carnaval, en Cádiz y en El Selu. Eso sí, sin orejeras, que si no hubiera más
mundo en Cádiz que El Selu no habría mundo y El Selu no sería grande, ni
pequeño. Además él, ellos, hace grande y más grande al carnaval, porque lo han
convertido en teatro, han obligado a retornar, a la plaza del Pueblo, al teatro
en forma de carnaval.
Veamos
sus textos, tomados del habla popular y no construidos para el escenario al
modo de la astracanada o la zarzuela, ya que no hay pretensiones
generalizadoras. A esa habla tomada de las tabernas le han sumado toda la
tradición del teatro de humor y del humorismo, empezando por el humor del
absurdo inigualable de Miguel Mihura o Tip y Col y pasando por Gila. Luego le
han añadido la acidez crítica de un Alfonso Sastre o la amable aunque incisiva
de Mihura.
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La
construcción de personajes, los ‘tipos’, tomados de las calles de su ciudad y
no construidos para mamarracho de un escenario sino teatralizados que, en mi
opinión, alcanzan categoría de ‘universales de la cultura hispánica’, en una
suerte de posible identificación de muchos rasgos reales, de manera que la
catarsis propia del teatro se hace posible.
No se
olvida la burla, pero la inteligente, y la burla amable y cariñosa propia del
humor, la de la sonrisa generosa, hasta piadosa, tan diferente de la risa
atolondrada, a veces obscena. ¿Se puede reír? Sí, cómo no, y se debe: pero no
es una risa que salga de la boca sino de la tripa, como si la escribiera Valle
Inclán. Maneja, El Selu, ese fino concepto del humor nacido de la empatía, ese
del verse, un poco, en el otro y no avergonzarse, para no avergonzarse de uno
mismo. Pero criticarlo con firmeza cuando es un poderoso y con suave calidez
cuando es el cachas del gimnasio, la abuela de la argolla o el butanero.
En “Los
que no se enteran” vemos la obediencia, sumisa, domesticada, la mente abducida,
contestona que contesta desde ese ‘estar de vuelta de todo’ sin haber salido de
las cuatro calles de su barrio. En “Los enteraos” el explícito saberlo todo y
maniobrar en la vida desde el desdén constante hacia todo, y ‘estar de vuelta
de todo’ sin haber ido, en realidad, a ninguna parte ni saber nada. En “Pepe
Trola” la voz de falsete, el desdén de quién se pretende superior y es un
mamarracho subido al púlpito de las tabernas (al mismo tiempo cátedras y
escuelas de ignorancia).
Pues
bien, desde esos personajes mismos fluye lo que ellos mismos van a decir y
cómo. El sumiso lleva su chalequito y el jersey del brazo con una suavidad flácida
y por mandato, como todo lo que dice y es. El sabelotodo, arrogante y
suficiente, ni necesita leer el periódico, que ya se lo sabe antes de haberse
publicado, y magistralmente simbolizado en ese llevarlo cosido bajo el brazo,
como tantos y tantos seres reales que usan el periódico como un barniz,
mostrando bien la mancheta ‘correcta’ y que, sin duda, no tienen necesidad de
abrirlo: nada nuevo bajo el sol… que nunca ha visto; sus frases eternas y
dichas sin respirar en los pasodobles y la maestría del absurdo en su mejor
expresión: “yo que entiendo una mijita de esta fiesta porque me he llevado más
de treinta años llevando a mi hermana revistas para que recorte papelillos para
la cabalgata” (cito de memoria) El mamarracho que se pretende excelente y
elegantísimo habla desde su corbata y lo dice todo, con su voz en falsete, su
afectación, y su perdonarnos la vida.
Son
personajes plurales que van más allá, además, de la imagen de la corbata, por
ejemplo, para cantar a todos los que llevan corbata o no la llevan…
Nada está
traído por los pelos, ni siquiera los
telones del escenario. Todo es resultado de la naturaleza del personaje, del
‘tipo’. Puro teatro de carnaval. Inmenso valor cultural de nuestra sociedad.
Carnaval de Cádiz. Y, como en todo carnaval, no han de faltar sus tres
ingredientes esenciales: la queja y crítica social y política; la queja y la
crítica sexual; ‘la posibilidad de saltar por encima de la única vida que tiene
el ser humano para vivir una segunda, a prueba, sin hacer el ridículo, ‘sin
consecuencias’, en ese tiempo en que las normas son otras: el carnaval’ (libre
según W. Oelster).
© Pablo
Martínez-Calleja, febrero 2014