sábado, 17 de febrero de 2018

Crónica clandestina del madrugón: “ninguna gracia”

Empezó la noche en la tarde, entre un rumor de coñetas, Hollywood a un costao y El Olivillo tapao. Éramos un mosaico desparramao de norte a sur, alrededor de un café, y que se repetirá como el pepino.

Empezó la noche con una ola que nos estampó en San Antonio con unos que querían “Burundanga me voy a tomar / pa’ que me puedas tocar”, gente de “… cuanto más metas, mucho mejor” y un conejito en el pecho de la batamanta.


Ay, pero llegaron “Los límites del humor”, ¿qué pensaría Paco Alba? ‘Hubo más tontos que banderas, y había muchas banderas’ y una tristeza congénita a esas cosas de la risa. Paquito, un chocolatero, mandó levantar un castillo, pero la cara que tenían era de muy amargaos. Es el Carnavá, que avinagra…

En los soportales, unos de una ducha en medio' la calle, el día antes, los del cubo de agua y Leonardo el náufrago, volvieron a salir “a nado”, gracias a que Graciela cayó en un enredo con Engracia, y los amantes resultaron hermanos, pero su novia d’ él su cuñada. Vaya, todo un Showmancero.


El bocata, que había sacao Graciela, terminó por ser de una salchicha, alemana, grande, larga, gruesa… “Te hablo de las salchichas, porque si se trata de pichas me vale cualquiera”: una absoluta “bavaridad”.

©Pablo Martínez-Calleja, 2018

Crónica clandestina y adeudada. El cornudo que trasiega bajo las entretelas de Cadi

Precisamente junto a la Plaza de la Cruz de la Verdad, esa que llamamos del Mentidero, ¿será que habría un lavaero? ¿Y que el hablar de las mujeres era un mentar? No lo sé.
Hay una calle, estrecha; a un lado volcaba el Titanic y enfrente apeaba el cornudo, subídose a un pescante, de abundante cornamenta, venido de las sombras de un Carnaval antiguo que Cadi pescó del mar. Kate coqueteaba bajo su sombrilla, luego partía, que los naufragios no son pa’ la elegancia, y al final fue la que se llevó a Leonardo a una puerta de caoba… Se entregaron, pero no a Eutimio, aunque pa’ diablo suene mejor que Fausto.


El remolino del barco, que liaso con el hielón, nos entregó a los guardias, que el año pasado mariscaban en gallego y este año eran agentes señeros, con su porra y su identificación ("¡caaaaaaabrón!"). Dos guardias muy atentos que supieron seguir la pista del reguerillo que, de la bolsa de basura, fue cayendo al portal de La Factoría, que la gente vive en unos sitios… Había reunión de vecinos “por [un] predictor cogío / con pinzas en el tendedero”, y su señora sospechó. Después de la reunión se pusieron a cantar, “… una grande y libre…” a la puerta de la Santa Cueva, unas Roja[s].
Salimos de viaje hasta Capuchinos, y los que allí cantaban esta mañana le han llevado flores a una señora. No eran tuna…

Mas me quedé sin mis canallas, los del asko de Carnavá, que la gente andaba agitada: sería por el barco hundido, sería por la bandera alzada.


©Pablo Martínez-Calleja, 2018

jueves, 15 de febrero de 2018

Madroños de piconera para Gades. La artesanía de Cádiz (y 2)


Premisa necesaria. Alexa Meade ha introducido algo en el arte que plantea una diferente perspectiva para las artes plásticas: “Tu cuerpo es mi lienzo”. Su “Living Colors” estuvo presente en la Documenta de Kassel (Alemania) y muy solicitado en la galerías de arte de mayor reputación mundial.

Jesús Ramos, un joven bachiller extremeño, ganó su mejor nota siguiendo, para su examen del IES Al-Qázeres, a Alexa Meade, y con una mención especial y el asombro de toda Extremadura y la mitad de España.


Eva Zamorano (Cádiz, 1968), diseñadora de moda, formada en la agencia de Raquel Revuelta, de Sevilla, fue elegida diseñadora novel 2009 en la plataforma SIMOF. En 2015 había hecho ya los diseños para la pregonera del Carnaval de Cádiz Merche Trujillo Callealta. También hizo diseños para más de una Ninfa del Carnaval de Cádiz.

De 2009 son los magníficos diseños de moda taurina, colección dedicada a su marido:



Eva Zamorano experimentó Body Painting en una pasarela de moda flamenca, “Aires de libertad”. Y conviene insistir en la enorme diferencia entre Body Painting, que es pintar sobre la piel, y el Living Statue de Eva Zamorano, que no es pintar sobre la piel sino sobre un tejido opaco que cubre completamente la piel.

El palmarés de diseños y lugares donde los presenta, la pasarela internacional de moda flamenca de alta costura del Hotel Hilton, por tomar un ejemplo, no dejan lugar a dudas en cuanto a la calidad artística de nivel indiscutiblemente internacional de Eva Zamorano.

©Eva Zamorano
Estatua viva. En un trabajo de inspiración paralela a la de Alexa Meade, Eva Zamorano logra lo que podríamos calificar como Living Statue, aunque diferenciando con claridad las estatuas vivientes, que se pueden ver por las calles, de las Estatuas vivas de Eva Zamorano. Todos sus diseños, sean de alta costura o para el Carnaval, tienen su primer origen en el propio cuerpo de la mujer que ha decidido ser vestida por la diseñadora gaditana.

Así, cuando recibió el encargo de María Romay, su memoria se devolvió a los paseos de cuando novios a los pies de la conocida Gades con su hoy marido. Y realizó un primer diseño, que convenció a la Sra. Romay.

©Eva Zamorano
Su inspiración para el boceto partió del viento y de la mar, de la bravura que la estatua presente en la punta de San Felipe representa, de su empatía con la mujer gaditana real, la que trabaja y carga sobre sus espaldas con ese trabajo y el esfuerzo diario de la vida cotidiana. Así, las hombreras cargan con los madroños típicos del traje de piconera, y en el tipo diseñado para María Romay, representan el peso que carga con entereza y esfuerzo, pero con orgullo, la mujer gaditana real.

En primer lugar se realizó una malla, que fue comprada ya confeccionada, para cubrir todo el cuerpo, sobre la que poder pintar después. Este primer intento resultó fallido: el tejido de algodón no resistía el tratamiento de pintura, realizada por Queco de diseño Quatro. Se cambió entonces a una malla de lycra, confeccionada por la conocida costurera gaditana del Carnaval, Aurora Marchante Macías, que abrigaría mejor a María y soportaría el tratamiento de color. Por cierto, una malla lisa, sin ningún tipo de relieve en ninguna parte, aunque un programa de tratamiento de fotos haya añadido lo que en la malla original, ni en la pintada, nunca existió.

A la malla de lycra se le añadieron unas hombreras de las que cuelgan las bolas tan típicas de los trajes de piconeras, y que remedan “las bombas que tiran los fanfarrones”, y con las que la mujer gaditana se hacía, con ellas, tirabuzones.

©Eva Zamorano 
Se añadió un manto que debía presentar la luz atrapada del atardecer de Cádiz, un trabajo de confección de Jorge Duende, cuya pintura realizó Mercedes Vilches (que también pintó los zapatos).

©Eva Zamorano

©Eva Zamorano
Finalmente se armó el pelo de María Romay con unos alambres que hicieran posible representar la levantera de Cádiz sobre los cabellos de La estatua Gades. El armazón de alambres fue un trabajo de Manuel Jesús Sánchez Parra, de Artifex, y la peluquería corrió a cargo peluquería de Jéssica Alcalá. El trabajo de maquillaje fue realizado por Pilar Make-up.

©Eva Zamorano
Resumen final. La artesanía de Cádiz, y la de su Carnaval, ha alcanzado una enorme calidad y especialización, en un desarrollo paralelo al de las artes plásticas de mayor nivel internacional. Una vez más, Cádiz se esfuerza y trabaja para estar en los primeros puestos, en los puestos de verdadera altura, y para competir en todos los ámbitos.


©Pablo Martínez-Calleja, 2018

Crónicas clandestinas. Das Wilde Heer (Los Hombres salvajes)

Llegué ayer a Cadi y se abría un paréntesis que se ha cerrado en la casapuerta de La Clandestina hace un momento. Un remolino. Estas calles de Cadi Cadi son un remolino que te traga y hace de ti lo que ellas quieran, te llevan, te traen y te trajinan, sin ninguna mardá ni miramiento, y cuando quieres darte cuenta están rompiendo las primeras luces del alba entre coplas y copas.

Después de cenar un buen lomo de bacalao de alguna bahía, bueno y fresco, encontré la silla prometida en el Café de Levante. Apareció una chirigota gamberra, divertida, de esas que todavía conocen el arte de la risa, de la muy poquísima vergüenza y de un verbo que es carne, de carne, una carne Tótem-gordo-Carne-val. Unas guerreras “Hombres salvajes”, o del bosque, para que la ironía de la lengua les dé más ocasiones.



La fuerza centrípeta me arrastró hacia el Pópulo y al delirio de la que fueron Las Presas Ibéricas, acodadas a la barra de un bar, que nos devolvió a lo oscuro, lo canalla y la desvergüenza desatada con mucho arte. La fuerza centrífuga me elevó al pretil del Puente Carranza, con un punto de humor negro que encontré absolutamente genial. Me caí del murete y la corriente me llevó por entre sargazos irrelevantes hasta que me vi hasta dos Jueces Lores, cuando de pie ya solo me sostenía el pellizco de humor de la Penúltima Instancia.

©Pablo Martínez-Calleja, 2018

martes, 13 de febrero de 2018

Gades, libre y brava. La concejala (I/2)


Nota previa. Gades no es una mujer, Gades es Cádiz, que como tantas ciudades es de género gramatical femenino. Cádiz (en adelante Cadi), es considerada por no pocos una mujer, pero una mujer-concepto y no una mujer real. Como tal mujer-concepto se vuelve un concepto político, que en la tradición española, claramente contrarreformista católica (no se pierda de vista que el Dogma de la Inmaculada Concepción fue y es español, y muy andaluz), obliga a las mujeres a navegar por los vientos de una sociedad machista y patriarcal. Todo lo humano es político y está politizado.

Gades se vuelve estatua presente en 1987, año en que queda instalada en Cadi. Una estatua que es una mujer que mira al horizonte, una mujer desnuda, con apenas un manto arrebolado entretenido por el viento. Una mujer mito. Y una estatua que hasta hoy parece del gusto de tod@s, o nadie parece haber protestado nunca demasiado. ¿Por qué?
Porque lo molesto es ver de cerca lo que mejor se tiene lejos si no se comprende del todo bien, o porque no se acepta. Porque a las estatuas cada quien les otorga su catecismo particular y ya el Mundo sigue en orden porque están lejos, como ajenas y fuera de una realidad demasiado próxima y quizá hiriente. Si la estatua se vuelve viva, de pronto, el marco de significado se altera, resulta real, tangible, y peligroso quizá.

Prólogo. Hablar de cualquier Carnaval de Europa resulta complejo por su amplia diversidad intrínseca. Todo Carnaval es polifacético y todo Carnaval es político. Todo Carnaval es único. Todo Carnaval, por ello un nombre común para todos, tiene unos elementos comunes. Hay tres elementos a los que debemos, en mi opinión, atender con cuidado: 1) Crítica y queja por el malestar en la vida sexual; 2) Crítica y queja contra el Poder por su uso abusivo o ridículo; 3) La posibilidad de “ser alguien otro” durante unos días.

Cuando hablamos del Carnaval de Cadi deberemos mencionar el disfraz y el tipo. Yo deseo aventurar algo que quizá haya sido menos tratado de lo necesario, excepto en el magnífico trabajo de la Dra. Ana Barceló (2015; 26): “[El tipo] Es algo más que el conjunto de prendas que permiten a una persona pasar inadvertida”.

El disfraz podría servir al deseo descriptor de nuestro José Ortega y Gasset (1964; 195) de lo que para él sería el Carnaval: “(…) fiesta en que nos ponemos máscaras para que nuestra persona, nuestro yo, desaparezca. De aquí que la mascarita hable con voz fingida a fin de que también su yo resulte otro y sea irreconocible (…)”. En este sentido existe el disfraz, como un escondite, como un refugio. El tipo es una muy otra cosa.

El tipo, y no solo en Cadi, aunque mucho más en Cadi, es el ser que da cuerpo, forma y voz, a una historia que llevamos dentro y queremos contar. Bueno, más bien gritar con desgañite tranquilo. Sea esa historia la que sea. Es el rasgo número 3: la posibilidad de ser alguien otro durante unos días. Pero, ¿para qué?

¿Para qué queremos ser un alguien otro? Para divertirnos escondidos o para divertirnos denunciando, con sonrisa o risa, con Sátira, e incluso de modo grotesco, nuestros malestares en nuestra Cultura: la crítica, en la que Cadi puede ser muy hábil. Para divertirnos denunciando a cara descubierta, pero con la convención teatral de la desrealización: los dos coloretes, uno en cada mejilla.


©Eva Zamorano

Los aparentes hechos. Una cierta boulevard-presse, rijosa y verderona, se ha fijado en la estatua viviente, después de tener delante de sus narices a la estatua original durante años. Lo que ofrece a su público parte de la premisa de que estuviéramos viendo a la concejala desnuda y se echa las manos a la cara con los dedos muy bien separados, en lugar de realizar una mínima reflexión de observador que si conocieran a John Berger hubieran acometido: profundizar en lo que se ve, en lo que experimentamos como emoción de lo que vemos o creemos que vemos, y en lo que significa para nosotros. Se han quedado con la emoción deseada de ver a una mujer desnuda que no lo estaba, sino que lo parecía. Y que, además, era una mujer desrealizada en estatua viviente. La concejala no era ya la concejala sino La estatua Gades, pero en una suerte de juego de existencias múltiples, aunque jerarquizadas y simbólicas. Algo parecido a lo que la mano mágica de El Selu hizo cuando dejó desaparecer a la antigua alcaldesa para sacar de su sombrero del Humor “la rajita de su urna”.
Han visto desnuda a la concejala para componer el estúpido ripio de chichi y Kichi, y tratar así de destruir al gobierno municipal de Cadi.

Y sí, “La estatua Gades” sí va enseñando el chichi, todo su coño, y sus espléndidos pechos, todo su cuerpo; su tripa también. pero no la concejala, ni María Romay. La estatua. ¿Por qué no?

La fantasía es el placer del impedid@ para materializar su placer. Lo que no está nada mal, pero sería bueno distinguirlo para no sufrir neurosis. ¿Alguien ha visto los pechos de la concejala de Fiestas y Transparencia? Yo no, y he mirado con lupa. Y no solo. Me he permitido preguntar, averiguar. Porque desde el comienzo vi el principio gaditano del Carnaval: el trampantojo, el doble sentido. Pero esto lo vamos a dejar para una segunda parte: el cómo se hizo.

A mi modo de ver María Romay, a la sazón concejala de Transparencia y Fiestas, que no de transparencias porque no hay tales, decidió bajar a la mujer-concepto de un pedestal que le es una silla de clavos afilados. Ponerle a ese símbolo una lapa más, la de la realidad, la lapa de la mujer empoderada, la de la amazona. Dar un escándalo, pero un escándalo con inteligencia, además gaditana: el doble sentido, el trampantojo arrebujado entre los pliegues del manto arrebolado y estorbado por el levante. Un levante bravo, sí, y una estatua de bronce. Y muy “poca vergüenza gaditana”.

©Pablo Martínez-Calleja, 2018