miércoles, 20 de diciembre de 2017

El Selu en el ojo de la polémica

(Y haga cada uno lo que le dé la gana, pero tod@s, la gana que cada uno tenga. Y el mismo respeto, consideración y libertad de expresión para tod@s.)

El crítico que escriba para ensalzar o hundir a alguien no es un crítico sino un palanganero. Pocas veces, quizá, se diga esto, aunque quizá deberíamos repetirlo más.
Criticar no es poner de vuelta y media a nadie, al menos no en mi concepto. Como crítico, como escritor, lo que llego a publicar son cosas que escribo para mí mismo, muy personalmente, para comprender y madurar sobre lo visto, oído, leído.


Lejos de dedicar este texto a El Selu y a toda su tropa, a quienes admiro y con quienes me unen respeto y cariño personales, además de dos noches completas siguiendo todos sus pasos, está dedicado a un hecho, a un hecho concreto y a un hecho que pueda haber realizado cualquiera o cualquiera pudiera acometer. Más aun, está más dedicado a l@s criticon@s y a los defensores ciegos y a los argumentos sordos que al mismo Selu.
No me meto en ningún jardín, creo que es mi responsabilidad intelectual escribir también esta crítica que me ayude a comprender lo ocurrido y que quiero compartir para el caso de que alguien quiera navegar conmigo, aun cuando en algún momento decida que en el próximo puerto se vuelve a tierra, algo mucho más seguro siempre. La industria del Carnaval, todavía bisoña, necesita ganar en experiencia, por ello la crítica se torna importante, necesaria.


No es lo mismo ser electricista, carpintero, albañil o dependiente de una mercería que ser intelectual o artista, permítaseme esta última expresión. No somos mejores ni más guapos, solo tenemos otro oficio, y las responsabilidades que le van parejas. Nadie acude a un espectáculo por el técnico de sonido sino por el cantante. Nadie va a la lectura o presentación de un libro por el carpintero que arregla las sillas del local. Nadie va a cenar a un restaurante solo porque sabe que su fontanero de guardia es ‘Pepe el Manco’ para el caso de que se atasque el retrete.

Del cómico siempre se resaltó su independencia respecto al Poder y a los Poderosos. En el acervo cultural están las expresiones que describen a quién se pliega a unos deseos ajenos a su conciencia solo por dinero. Siempre una discusión complicada, pero cada palo debe aguantar su propia vela. La libertad, si lo es, es para tod@s y para todo.

Naturalmente que los intelectuales y artistas, los cómicos, necesitamos trabajo y que nos lo paguen, sobre todo, y que nos lo paguen con decencia, cosa no tan sencilla. Pero tenemos nuestras responsabilidades, una de ellas es la coherencia. ¿Por qué? Porque nuestra opinión puede llevar a dejarse llevar a gentes menos avisadas que han puesto en nosotros su confianza, y hemos ganado esa confianza gracias a nuestra coherencia, a nuestra claridad en nuestra expresión de nuestras opiniones. ¿Les gustan nuestras canciones pero no nuestras opiniones políticas? Estupendo, pero eso será porque dejamos clara nuestra música y dejamos claras nuestras opiniones políticas. En cada momento. ¿Jugamos a guardar y nadar la ropa? Mal asunto, nos prestamos a manipular, y a ser manipulados. De Jorge Luis Borges todo el Mundo parece tener claro que le gusta su Literatura, pero su "bienvenida al Gobierno de Caballeros" le gusta, hasta hoy mismo, algo menos. Aunque luego de aquella afirmación recibiera en su propia casa a las Madres de la Plaza de Mayo

No es nueva la discusión, sino vieja; antigua. ¿Un médico puede curar a uno que no sea de su cuerda? No solo puede, tiene la obligación de hacerlo. Otra cosa es si utiliza su prestigio de buen médico para conducir a las gentes a abandonar el tratamiento contra el cáncer y empezar a tomar unas yerbitas que van muy bien. Consciente o inconscientemente. Ahí está la responsabilidad del intelectual o del artista.

¿Es lo mismo dar una conferencia para un partido político que para una universidad? Pues no, lo podemos leer hoy mismo en los periódicos. Dar la misma conferencia en una institución independiente o en una fundación perteneciente a un partido político puede llevarle a un juez, por ejemplo, a ser recusado o no. A dejar de ganar un sueldo, para entendernos.
Así de importante es lo que hagamos cuando por nuestro prestigio de intelectuales o artistas se nos ofrece un trabajo. Lo amargo es que podremos tener que decir que no. ¿Es amargo? Es amargo no recibir el cheque en el banco, claro, pero todos los otros cheques que sí llegan, si llegan, llegan porque nuestra ‘honestidad intelectual’ nos permite alcanzar el prestigio, el que sea, que nos los trae hasta nuestra cuenta.
Y a nadie nos han obligado a ser intelectuales o artistas. Lo somos, simplemente. Es mucho más fácil que alguien se vea obligado a ser electricista o albañil.

Quede claro que, por supuesto, cada quien tiene derecho a apoyar con su prestigio a quien quiera, pero no a jugar a la duda y la imprecisión ante la sociedad. Simplemente porque la sociedad tiene su libertad para el castigo, tan legítimamente.

El perfume de nuestra reputación, ¿para qué lo queremos emplear? ¿Qué nos queremos permitir hacer con nuestro prestigio social? ¿Hasta dónde podemos llegar? Cada quien tomará sus propias decisiones y el resto del Mundo las suyas propias. El prestigio es un instrumento y puede serlo de manipulación. Es necesario ganar esta conciencia y asumir esta responsabilidad.

¿Se puede hacer todo “por el pan de mis hijos”? Esta es la pregunta-lección que lo sucedido nos puede responder y ayudar a crecer, a ser más justos con todos y con nosotros mismos. ¿Nos acordamos de lo sucedido en el canal de televisión de Valencia? ¿Y de las lágrimas de cocodrilo de quienes habiendo manipulado todo lo manipulable se justificaban luego, después del grave daño, que tenían que defender el pan de sus hijos? ¿Vale todo?

¿Vale también el ataque contra los que criticaron la presencia de la Chirigota en Barcelona? ¿Contra la revista Mongolia? Yo creo que no. Yo creo que no vale todo y que es fundamental que comprendamos que existen unos límites, los de nuestra responsabilidad por lo que somos y representamos. Por cierto, esos límites son los de la libertad de los otros, que siempre somos nosotros mismos.

¿Defenderían con igual reverencia a El Selu si cantara sus coplas para cualquier partido? ¿Para cualquiera? Esta es la prueba del algodón en el contexto concreto que nos ocupa. Y la respuesta a esta pregunta es la respuesta del millón, la que nos indicará que sí hay límites, límites comunes, generalmente entendidos, generalmente compartidos. Aunque sea más o menos.

Tendríamos que hablar de si el Carnaval es fiesta y la fiesta de la risa, solo, pero mientras sigamos afirmando que el Carnaval de Cadi es el Carnaval de la Palabra, el Periodismo Cantado y queramos seguir viviendo en esa satisfacción, al periodismo le obligan varias cosas que hay que tener en cuenta. Y al Carnaval, si es Carnaval, y es crítica, hay que preguntarle, al Carnaval, si se puede vivir tan cerca del Poder o no. De derechas o de izquierdas, este no es el asunto.
Atendiendo a la diversidad intrínseca del Carnaval sería bueno, también, que quedara claro quién vive en el Carnaval como una simple fiesta para la risa y quien vive en el Carnaval como la fiesta de la crítica y la fusta contra el poderoso y sus abusos.


Y haga cada uno lo que le dé la gana, pero tod@s, la gana que cada uno tenga. Y el mismo respeto, consideración y libertad de expresión para tod@s.

©Pablo Martínez-Calleja, 2017