miércoles, 8 de abril de 2015

Volando voy… volando vengo

Los viajes de Monago, el presidente de Extremadura, han ocupado a la opinión pública y al carnaval desde el momento mismo de la explosión del escándalo. La murga de Los Murallitas se lanzaron a las calles de Badajoz, con una inmediatez que insiste en el Carnaval como látigo contra poderosos (le fueron a cantar el cuplé personalmente) y como periodismo palpitante y sin compromisos, en este caso en Extremadura, donde el carnaval ha venido creciendo en calidad y número, que envía embajadores al mismísimo Cádiz.




A Enrique y a Lolo los vi por primera vez en La Viña, bien entrada la noche, en la Plaza José Macías Rete, a cuyo hijo pude entrevistar el año pasado a punta de micrófono.
Fue una representación que fluyó, muy al contrario que lo que se puede ver en el único vídeo disponible (según mis búsquedas). Este ha sido el único caso en el que yo conocía el texto con antelación: lo leí incluso antes de salir de Hamburgo con dirección a Cádiz. Y este es el único caso en el que había conocido al autor y a uno de los intérpretes (Enrique) antes de cualquier acto de carnaval y por razones diferentes al carnaval. Todo condiciona. Aunque hasta que no se escucha una letra en la calle no se puede, ni se debe, decir nada. Hasta entonces pueden pasar muchas cosas, correcciones; y la interpretación es algo fundamental (de imborrable recuerdo la suya de Cervantes).


Creo que el romancero sigue bien la tradición del romancero de ciego, en el que se cuenta una historia, de la que se conoce solo una parte, que se complementa con añadidos del ‘sentido común’, los que se incorporan mediante diferentes artefactos para ganarse al público tratando de divertirlo y que dejen, al final, unas monedas.

El texto tiene todos los ingredientes propios del carnaval, pero le falta… madurez carnavalera, en mi opinión. Algo normal si tenemos en cuenta que el propio autor (Javier Gutiérrez Carcía-López) declara que es su primer texto: ¡Un mal ensayo general es siempre un buen estreno!
Un texto muy descriptivo, en el que enseguida llega el abrupto Cádiz callejero con un “Monago, cabrón!”, dedicado por el comandante de vuelo; un primer giño de ironía: “¿Lo mismo de siempre, campeón?”. Estamos en la sexta cuarteta y no hemos hincado el diente todavía, no entramos en ritmo. Quizá haya habido, también en el público que me rodeaba, una expectativa hacia el tema que no se vio satisfecha con el texto.

Hay un brindis a Aragón, que denota la admiración del autor y que, como en otras agrupaciones, es normal. Buen momento de ironía y de látigo contra Monago, que la interpretación perdía… Creo que faltaba ritmo en la dicción, y acompasamiento entre los intérpretes. Pero me estoy poniendo teatrero y esto es carnaval. Un romancero casi improvisado, muy gaditano callejero, y leído, todavía, sobre un atril. Faltó rapidez al ritmo, la búsqueda del la sorpresa a través de la velocidad al decir.

Hay cosas metidas con calzador, con ganas de decir tantas cosas, pero menos es casi siempre más. Nicolás nada tenía que ver con el escándalo de Monago, y en

“Ella cayó a mis pies
loca de amor de verdad
la noche que le presenté
al mediano Nicolás”

‘el mediano nicolás’ dejó a la gente que ni frío ni calor, para seguir que Nicolás era, sin embargo, un gran Nicolás. Se entiende que se deseaba criticar la grandilocuencia pretenciosa del Sr. Monago en su asainetado intento de salir de sus problemas, pero…

Para caer en las brasas de una repetición descriptiva de lo que el público estaba harto de conocer:

“Por este asunto, hace poco,
se llevó un gran rapapolvo,
por la pasta que costó
pagarle a él to esos… vuelos.”

Seguramente el humor y el carnaval necesitan más de un mayor retorcimiento de la realidad, de una mayor deformación de la realidad para que lo real salga de sus perfiles diarios y se vuelva visible bajo una nueva luz que alumbre otro aspecto de la realidad. La hipérbole y la metáfora irónica.

Hay momentos estupendos, como ese “¿Qué queríais que hiciese? / ¿Qué me fuese allí a nado?”. “Aquí vengo a defenderme, / Teófila me invitó: / ‘vente pa Cádiz’, me dijo / que aquí se lo tragan tó.”, deja como innecesaria la cuarteta siguiente, y la siguiente, porque la anterior ya lo decía: “Su gente es tan comprensiva / que nunca por nada estalla…”. Desgraciadamente, las buenas migas de los extremeños no terminan de llegar, después de que ‘no haya que extrañarse porque él tenga sus amigas’, que para mí queda colgando del aire, inalcanzable. ‘Las comidas’ dejan al público medio frío.

Momentos como que ‘los condones se los pagó de su bolsillo’ vuelven a dejar una chispa, y quizá el mejor sea “Ni parabólica tengo. / ¡Soy austero, narices! / Para ver Tele Canarias / tenía que irme a Tenerife.” Y es que, el carnaval vive también del absurdo.

También en los cuplés, seguramente, se observan los mismos síntomas, con sus momentos brillantes (“Po me cago en sus muerto y ya si acaso que me multe” o “O te tiñe la barba o no te dé tinte en el pelo” o “ Dice que va a pagarle en simulado y diferido”). Parece que los cupleses cumplen la función del ‘quickie’ y, al menos yo, es lo que espero.

Mi aplauso al coraje de salir a la calle a presentar lo hecho. El año que viene, por favor, más.



©Pablo Martínez-Calleja, 2015